domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5

-Gracias por el bizcocho, mamá.
-No me las des. Cualquier cosa por mi niña.
Los besos de una madre eran interminables e inagotables. Hasta que no me dejase la mejilla como un tomate Cherry, no pararía.
-Mamá. Vale, vale. Me tengo que ir ya.- Sonreí intentando por todos los medios apartar a esa máquina del amor maternal.
Finalmente, y después de un rato, me soltó.
-Me están esperando.
-¿Steven? Dale un beso de mi parte.
-Mmmm… no exactamente. No es Steve quién me espera. Es… otra persona.
Mi madre me agarró del brazo arrastrándome de nuevo hasta la entrada del porche.
-Alto ahí, señorita, ¿otra persona? ¿Y quién es? ¿No me lo vas ha contar? ¿Qué ha sido de la confianza entre madre e hija?
Me reí y puse los ojos en blanco.
Ya estaba dramatizando. Como le gustaba la tragedia…
-Mamá…
-Nada de “mamá”.- Se burló de mi.
Una cosa era clara: no me dejaría ir hasta que no se lo contase todo.
-Es… un amigo que conocí hace poco. Quiere que comparta el apartamento con él. No tenía a donde ir…
-Y, ¿cómo se llama?
-Se llama James. Y no me preguntes más porque no voy a decirte nada hasta que sea todo definitivo.
Se cruzó de brazos y entonces la mamá amorosa desapareció para ser sustituida rápidamente por la mamá defensora.
-¿Aún no lo tienes claro? ¿Qué clase de chico es?
-Si lo tengo claro. Pero él aún tiene que hacer unas cuantas cosas que no son asunto tuyo para que sea definitivo.
-Vale. Está bien. Ha quedado claro. Vete.
Levantó las manos haciéndose la ofendida. Sonreí y la di un fuerte beso en la mejilla.
-Prometo que te lo presentaré cuando ya se haya instalado. Te llamaré.- Bajé del porche y caminé hacia la camioneta de Bill. Me giré para mirar a mi madre.
A pesar de la conversación con mi padre aquella mañana, yo seguía viendo a mi madre en perfecto estado.
Claro que resultaba ser todo una máscara.
-Cuídate, mamá.
Bill salía de la casa con las llaves en las manos. Le susurró algo a mi madre en el oído, a lo que ella sonrió e inmediatamente entró.

Bill me llevó hasta el apartamento. Aparcó frente al edificio y apagó el motor.
-¿Te acompaño hasta arriba?
-No, gracias. Voy a esperar aquí a fuera. Hoy viene alguien a dormir a casa.- Le dije.
Lo bueno de Bill es que jamás preguntaba demasiado.
Antes de salir de su destartalada camioneta, le miré con seriedad.
-¿Qué le has dicho a mamá cuando has salido?
Se apoyó sobre el volante y me miró, sonriente.
-Que fuese preparando el baño.
La repugnancia se vio reflejada en mi rostro.
-Por favor, Bill, ahórrate esos comentarios.
-Eh, tú has preguntado.
Salí del coche y sonreí antes de que se marchase.
-Cuida de ella, ¿vale?
Me guió un ojo.
Me aparté de la carretera y con un chirriante sonido a motor seco y viejo, la camioneta se fue zumbando calle arriba.
Saqué las llaves de casa. Me sentí acalorada después de estar toda la tarde en la cocina con mamá. Los vaqueros se me pegaban a las piernas y la camiseta estaba sudorosa por la parte de la espalda.
Haciendo caso omiso del consejo que James me había dado esa mañana, me recogí el pelo en un improvisado moño. Por suerte, y comúnmente en ésta época del año, la brisa nocturna comenzó a soplar.
Sopló contra mi nuca, refrescándome las gotas de sudor que mojaban mi piel.
Sentí un agradable escalofrío y decidí esperar a James sentada sobre los escalones del portal.
<<Mamá parecía estar bien>>

-Siento mucho la tardanza. No sabía que coche coger. El Ferrari o el Volvo.- Finalmente se había decantado por el Volvo y supe que lo había hecho para que no me sintiese violenta. Era de agradecer y debía reconocer que esos detalles me sorprendían. No imaginaba a James detallista y comprensivo. Al menos esa no fue la impresión que tuve de él cuando le conocí.
Me levanté de las escalerillas mientras que James terminaba de bajarse del coche, cargando con una mochila sobre el hombro.
-Espero que no te moleste…
Se refería a la mochila.
Negué con la cabeza y sonreí. Era raro, pero estaba contenta de volver a verlo.
-¿Subimos?- Le pregunté y sin más, subimos al apartamento. -¿Le has dicho algo a tu familia?
-Si.
-Y… ¿qué tal?
Solamente suspiró.
Introduje la llave en la cerradura de la puerta y abrí. Le permití pasar a él primero por educación y después entré yo. Cerré con llave y le observé mientras que se paseaba por el pequeño apartamento.
-Como me esperaba, mi madre se ha puesto histérica. A mi padre le daba igual siempre y cuando no descuidase mi trabajo y Kyle no se lo acababa de creer. Hasta que me ha visto con la mochila.- Dejó su pequeño equipaje sobre el sofá donde dormiría a partir de ahora.
-Bueno… podría haber sido peor, ¿no?
Sonrió y no me dijo nada más. Entendí la indirecta y cambié de tema centrándome en lo que de verdad nos importaba a ambos.
-Toma. Éstas son las llaves del apartamento. El casero no sabe nada de esto, así que… preferiría que de momento no le dijeses que vives aquí o me subirá la cuota del alquiler.
-Tranquila. No sabrá nada. Y por el alquiler, ya te dije que no deberías preocuparte.- Cogió las llaves de entre mis dedos y yo sonreí amablemente.
-Sólo tengo una copia, así que… asegúrate de llevarla siempre encima y de no perderla jamás.- Enfaticé.
-¿Jamás?
-Jamás.- Y volví a sonreír.
Era la cuarta o quinta vez que me hacía sonreír en lo que llevaba de noche. Había sido muy difícil estar toda la tarde con mamá, fingiendo que nada había pasado. Que papá no me había visitado esa mañana en la bombonería y que me había contado el porque de su regreso a Nueva York.
Se suponía que mamá era la única que sabía que papá estaba en la ciudad…
-¿Has cenado?
Me preguntó y yo asentí.
-Si. Mi madre tenía cena de más y ha insistido en que me quedase. No sabes lo pesada que se pone cuando voy a su casa. Si por ella fuese, me encadenaría a la pata del sofá.- Carraspeé. -¿Y tú?
Si. Con mis padres. Mi madre casi se atraganta con la ensalada César cuando les conté mi repentina independencia.
-Y tardía.- Añadí y ésta vez fui yo quién le arrancó una sonrisa a él.
-Más vale tarde que nunca.-. Se encogió de hombros. –Puede que sea el destino quién nos ha juntado.
-¿Crees en el destino?- Levanté una de mis cejas, curiosa por conocer su respuesta. Conocer más de la misteriosa y atareada vida de James Steel.
-Creo que es toda una suerte que mi coche haya chocado con tu moto.- Se cruzó de brazos e inclinó su cuerpo hacia delante, venciendo su rostro al mío. Todo con movimientos lentos y sensuales. Con los que cualquier chica se habría desmallado.
Pero yo no era como las demás chicas a las que James estaba acostumbrado. Chicas que se hacían ilusiones y fantaseaban con el endiablado y angelical chico guapo de revista. El chico con coche propio, forrado de dinero y con el poder absoluto de lanzarte a la fama y convertirte en reina durante una noche.
Después, si te he visto no me acuerdo. Se acabó el cuento.
Aquellas palabras en mi mente me hicieron reaccionar de manera automática.
Me aparté dando un paso hacia atrás. No quería ofenderlo, pero tampoco me había propuesto ser su nuevo juguetito. Sólo y exclusivamente compañeros de piso.
-Respecto al baño… -Señalé la puerta con vidriera que estaba al lado de la entrada a la cocina. James también la miró, siendo arrancado de su fantasía personal y de la que yo no formaría parte. -… creo que deberíamos establecer algunas normas. Sólo hay un baño y ahora dos personas.
-Oh, ya sé a lo que te refieres. Tranquila, a mi no me importa que entres mientras me ducho.
-Ya, pero a mi si. Y quiero dejarlo claro.- Me miró.
¿Le habría molestado mi comentario? Quizás pensase que era una especie de mini tirana y que únicamente se haría lo que yo dijese. La idea resultaba tentadora, pero no. Yo me consideraba muy objetiva en todo.
-¿Cuál es tu idea?
-He pensado que podríamos utilizarlo por turnos. A mi gusta más ducharme antes de acostarme. Quizás tú podrías hacerlo por las mañanas… si te parece bien. Tampoco quiero ser yo la que imponga las normas. Me gustaría conocer tu opinión…- Tomé aire y suspiré muy lentamente.
Ahora venía la parte en la que James me mandaba a la mierda y me decía que para recibir órdenes prefería volver a su casa…
Pero no ocurrió.
Sonrió conforme. Incluso me dio la vaga impresión de que se estaba divirtiendo con todo esto.
-Me parece bien. Es tu casa. Son tus reglas. Yo me ducharé por la mañana.- Me guiñó un ojo.- Te prohíbo mirarme a escondidas.
-De eso se trata, James. De respetar la intimidad del otro.- Di la conversación por acabada.
James se acomodó sacando sus pertenencias de la mochila y entre los dos abrimos el sofá, que, efectivamente se convertía en cama.
A falta de algún que otro juego de sábanas, tuve que darle una manta grande.
-No es que haga mucho frío, precisamente, pero… algo es algo.
-Gracias por procurarme un buen sarampión.- Bromeó y yo puse los ojos en blanco. Aún así, aceptó la manta.
Mientras que James terminaba de instalarse, yo entré en mi habitación en busca de un almohadón que prestarle.
Cogí el más nuevo que encontré, aún metido en un envoltorio de plástico.
Nunca antes había tenido visita, a excepción de Steven. Pero eso no contaba, porque Steven y yo siempre habíamos compartido mi cama.
Regresé, desenvolviendo la almohada. Me quedé paralizada en el sitio, junto a la puerta de mi dormitorio cuando levanté la mirada y sorprendí a James quitándose la camisa, desnudándose delante de mi…
Bueno. Tanto como desnudarse…
La prenda cayó a lo largo de su ancha espalda. Despacio. Muy despacio. A cámara lenta. Como sin alguien, quién quiera que dirigiese el destino le hubiese dado al botón de ralentizar. Ese en el que juraba “la penosa vida de Max”.
Mis ojos siguieron el descenso de aquella prenda inútil. Ahora únicamente lo que hacía era estorbar.
Sin control ninguno sobre mis acciones y la vocecita de mi cabeza recordándome una y otra vez quién era ese chico, le miré. Prácticamente me lo estaba comiendo con los ojos. Me fijé en cada detalle. En la anchura de sus hombros. En la musculatura de sus brazos, en el rosáceo de su piel. En cada lunar, en la hendidura de la columna en medio de la espalda, en cada movimiento…
Dios.
¿Había hombre mejor moldeado que aquel que se descamisaba delante de mi?
Los dedos de la manos me bailaron y la almohada que sujetaba vagamente, se escurrió como una pastilla de jabón.
El plástico se hizo notar con su peculiar y molesto ruido, lo que provocó que James se girase de cara a mi y yo me muriese de la vergüenza. Sonreí como una boba, agachándome en busca de la almohada perdida –y de mis bragas de no ser porque estaban bien sujetas bajo el pantalón – sin atreverme a levantar la cabeza y mirarle directamente.
Se daría cuenta de mi rubor.
“Hasta un ciego se daría cuenta de tu desvergüenza por mirarle de ese modo, Maximill.” Eso gritaba la vocecita de mi cabeza…
-Se me ha escurrido… que torpe…- Sacudí la cabeza. Tal vez así podría liberarme de ese ardor persistente en mis mejillas y que acaloraba todo mi rostro.
James se agachó frente a mi. Agarró el almohadón y yo el dichoso plástico, aplastándolo inconscientemente entre mis dedos a causa de los nervios.
-¿Tienes suficiente con eso?- Le pregunté, señalando la almohada entre sus manos.
La miró un instante antes de lazar las cejas y menear la cabeza en gesto de negación.
-La verdad es que no. Preferiría mi osito de peluche, pero bueno… tendré que conformarme.- Golpeó la almohada con las manos, atusándola y finalmente la dejó caer sobre el sofá/cama.
-Espera. Tengo unas cuantas fundas en el armario. Ahora te las traigo.
-No, Max. En serio. Así está bien.- Aparecí al momento, con la funda para la almohada. Era de un tono azulado, con la tela algo desgastada por el continuo uso.  Pero limpia, al fin y al cabo.
Me acerqué hasta la cama y extendí la funda.
-Esto no es necesario. Tanta atención…- Sonrió abrumado antes de continuar.- Es mi primera noche. Ya me encargaré de traer fundas, sábanas y demás cosas de mi casa.
-Y por esa razón, por ser tu primera noche aquí, quiero que te lleves una buena impresión. Soy muy buena anfitriona cuando me lo propongo.- Correspondí a su sonrisa. James estaba justo ahí, frente a mi. Escaseaba la distancia, pero no me sentí incómoda. Tuve que alzar la vista para poder mirarle a los ojos. Era raro…
-Te lo agradezco. Juro que te lo compensa… ¡Ah!- Gritó y yo también grité a causa del sobresalto.
¿Por qué gritaba? ¿Y porqué gritaba yo?
No lo entendí al principio. De lo único que me di cuenta es que hacía unos segundos estábamos de pie y ahora nos encontrábamos tendidos sobre la cama. Uno encima del otro. Concretamente James encima de mi, con todo su cuerpo esculpido por dioses encima del mío aún sudoroso por el calor en la cocina de mi madre y por el que me producía aquella situación…
Le miré directamente sin saber que hacer, si pedirle que se levantase o disfrutar un poco de la oportunidad de sentir a alguien como James tan cerca a mi…
Con las manos sobre sus hombros desnudos y las suyas en mi cintura.
-¿P-por qué has gritado?- Tartamudeé.
¿Estaba tartamudeando? Yo nunca tartamudeaba.
-Algo… algo me ha rozado los pies. Algo caliente. Ha salido de debajo de la cama.
Levanté ambas cejas, con actitud perpleja. Confundida y sin llegar a creerlo.
-¿Qué algo te ha rozado? ¿Me estás vacilando?
-No, no, no. Te juro que es verdad. Ha salido algo y me ha tocado los pies. No sé que coño era…
-Esa boca.
-Si. Perdón.- Carraspeó.- No sé lo que era.
Algo caminaba a los pies de la cama. De un elegante brinco se subió sobre ella y caminó con sus cuatro patitas peluditas hasta nosotros. Olfateó la cara de James y maulló.
Reí. Reí como nunca. Mi vientre se convulsionaba bajo el de James y las piernas comenzaban a entumecerse debido a la postura, pero me daba igual.
-¿Tienes un gato?
Negué con la cabeza mientras hacía intentos por cesar de reír.
-No es mío. Es de mi vecina. Viene a refugiarse aquí en busca de leche ¿Te has asustado con un simple gato?
-No tenía ni idea de que fuese un gato.- Se levantó y me ayudó a mi a levantarme de la cama, tirando de mi mano.
La funda de la almohada se había arrugado. La estiré con las manos y cogí al gato entre mis brazos.
-¿Tiene nombre?
-No lo sé. Ni si quiera lleva collar. Sé que es de mi vecina porque su nieto se dedica a quemarle la cola al pobre animal, ¿ves?- El acabado pardo de la cola del gato estaba churruscada, indicios de que habían jugado a prenderle fuego.
Me retiré hasta la cocina donde le serví un tazón de leche. Le acariciaba el suave lomo cuando James reapareció con una maraña de ropa sucia entre las manos. Incluidos los pantalones.
Intenté por todos los medios no mirarle directamente. Luché contra mis impulsos más primitivos y salvajes. Borré de mi mente cualquier atisbo de pensamiento calenturiento y me centré en lo que llevaba en las manos.
-¿Dónde puedo dejar esto?
Me costó lo mío no entretenerme con aquellos bóxer ceñidos, pero finalmente lo conseguí.
-Puedes dejarla en aquel cesto.- Señalé detrás de la puerta donde descansaba un recipiente de plástico blanco que compré en una tienda de todo a un dólar. – Aquí no tenemos lavadora. El apartamento es demasiado pequeño. Si quieres lavar la ropa, tendrás que venir conmigo a la lavandería que hay al otro lado de la calle.
Asintió y arrojó la ropa al interior del cesto.
-Debo reconocer que esto es un cambio grande. Pero… me gusta.- Sonrió y me dedicó una última mirada antes de marcharse a la cama.
Fue una mirada diferente. Una mirada que me puso el vello de punta. De una manera agradable.

Me estremecí…

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