CAPÍTULO 5
-Gracias por el bizcocho,
mamá.
-No me las des. Cualquier
cosa por mi niña.
Los besos de una madre
eran interminables e inagotables. Hasta que no me dejase la mejilla como un
tomate Cherry, no pararía.
-Mamá. Vale, vale. Me
tengo que ir ya.- Sonreí intentando por todos los medios apartar a esa máquina
del amor maternal.
Finalmente, y después de
un rato, me soltó.
-Me están esperando.
-¿Steven? Dale un beso de
mi parte.
-Mmmm… no exactamente. No
es Steve quién me espera. Es… otra persona.
Mi madre me agarró del
brazo arrastrándome de nuevo hasta la entrada del porche.
-Alto ahí, señorita,
¿otra persona? ¿Y quién es? ¿No me lo vas ha contar? ¿Qué ha sido de la
confianza entre madre e hija?
Me reí y puse los ojos en
blanco.
Ya estaba dramatizando.
Como le gustaba la tragedia…
-Mamá…
-Nada de “mamá”.- Se
burló de mi.
Una cosa era clara: no me
dejaría ir hasta que no se lo contase todo.
-Es… un amigo que conocí
hace poco. Quiere que comparta el apartamento con él. No tenía a donde ir…
-Y, ¿cómo se llama?
-Se llama James. Y no me
preguntes más porque no voy a decirte nada hasta que sea todo definitivo.
Se cruzó de brazos y
entonces la mamá amorosa desapareció para ser sustituida rápidamente por la
mamá defensora.
-¿Aún no lo tienes claro?
¿Qué clase de chico es?
-Si lo tengo claro. Pero
él aún tiene que hacer unas cuantas cosas que no son asunto tuyo para que sea
definitivo.
-Vale. Está bien. Ha
quedado claro. Vete.
Levantó las manos
haciéndose la ofendida. Sonreí y la di un fuerte beso en la mejilla.
-Prometo que te lo
presentaré cuando ya se haya instalado. Te llamaré.- Bajé del porche y caminé
hacia la camioneta de Bill. Me giré para mirar a mi madre.
A pesar de la
conversación con mi padre aquella mañana, yo seguía viendo a mi madre en
perfecto estado.
Claro que resultaba ser
todo una máscara.
-Cuídate, mamá.
Bill salía de la casa con
las llaves en las manos. Le susurró algo a mi madre en el oído, a lo que ella
sonrió e inmediatamente entró.
Bill me llevó hasta el
apartamento. Aparcó frente al edificio y apagó el motor.
-¿Te acompaño hasta
arriba?
-No, gracias. Voy a
esperar aquí a fuera. Hoy viene alguien a dormir a casa.- Le dije.
Lo bueno de Bill es que
jamás preguntaba demasiado.
Antes de salir de su
destartalada camioneta, le miré con seriedad.
-¿Qué le has dicho a mamá
cuando has salido?
Se apoyó sobre el volante
y me miró, sonriente.
-Que fuese preparando el
baño.
La repugnancia se vio
reflejada en mi rostro.
-Por favor, Bill,
ahórrate esos comentarios.
-Eh, tú has preguntado.
Salí del coche y sonreí
antes de que se marchase.
-Cuida de ella, ¿vale?
Me guió un ojo.
Me aparté de la carretera
y con un chirriante sonido a motor seco y viejo, la camioneta se fue zumbando
calle arriba.
Saqué las llaves de casa.
Me sentí acalorada después de estar toda la tarde en la cocina con mamá. Los
vaqueros se me pegaban a las piernas y la camiseta estaba sudorosa por la parte
de la espalda.
Haciendo caso omiso del
consejo que James me había dado esa mañana, me recogí el pelo en un improvisado
moño. Por suerte, y comúnmente en ésta época del año, la brisa nocturna comenzó
a soplar.
Sopló contra mi nuca,
refrescándome las gotas de sudor que mojaban mi piel.
Sentí un agradable
escalofrío y decidí esperar a James sentada sobre los escalones del portal.
<<Mamá parecía
estar bien>>
-Siento mucho la
tardanza. No sabía que coche coger. El Ferrari o el Volvo.- Finalmente se había
decantado por el Volvo y supe que lo había hecho para que no me sintiese
violenta. Era de agradecer y debía reconocer que esos detalles me sorprendían.
No imaginaba a James detallista y comprensivo. Al menos esa no fue la impresión
que tuve de él cuando le conocí.
Me levanté de las
escalerillas mientras que James terminaba de bajarse del coche, cargando con
una mochila sobre el hombro.
-Espero que no te
moleste…
Se refería a la mochila.
Negué con la cabeza y
sonreí. Era raro, pero estaba contenta de volver a verlo.
-¿Subimos?- Le pregunté y
sin más, subimos al apartamento. -¿Le has dicho algo a tu familia?
-Si.
-Y… ¿qué tal?
Solamente suspiró.
Introduje la llave en la
cerradura de la puerta y abrí. Le permití pasar a él primero por educación y
después entré yo. Cerré con llave y le observé mientras que se paseaba por el
pequeño apartamento.
-Como me esperaba, mi
madre se ha puesto histérica. A mi padre le daba igual siempre y cuando no
descuidase mi trabajo y Kyle no se lo acababa de creer. Hasta que me ha visto
con la mochila.- Dejó su pequeño equipaje sobre el sofá donde dormiría a partir
de ahora.
-Bueno… podría haber sido
peor, ¿no?
Sonrió y no me dijo nada
más. Entendí la indirecta y cambié de tema centrándome en lo que de verdad nos
importaba a ambos.
-Toma. Éstas son las
llaves del apartamento. El casero no sabe nada de esto, así que… preferiría que
de momento no le dijeses que vives aquí o me subirá la cuota del alquiler.
-Tranquila. No sabrá
nada. Y por el alquiler, ya te dije que no deberías preocuparte.- Cogió las
llaves de entre mis dedos y yo sonreí amablemente.
-Sólo tengo una copia,
así que… asegúrate de llevarla siempre encima y de no perderla jamás.-
Enfaticé.
-¿Jamás?
-Jamás.- Y volví a
sonreír.
Era la cuarta o quinta
vez que me hacía sonreír en lo que llevaba de noche. Había sido muy difícil
estar toda la tarde con mamá, fingiendo que nada había pasado. Que papá no me
había visitado esa mañana en la bombonería y que me había contado el porque de
su regreso a Nueva York.
Se suponía que mamá era
la única que sabía que papá estaba en la ciudad…
-¿Has cenado?
Me preguntó y yo asentí.
-Si. Mi madre tenía cena
de más y ha insistido en que me quedase. No sabes lo pesada que se pone cuando
voy a su casa. Si por ella fuese, me encadenaría a la pata del sofá.-
Carraspeé. -¿Y tú?
Si. Con mis padres. Mi
madre casi se atraganta con la ensalada César cuando les conté mi repentina
independencia.
-Y tardía.- Añadí y ésta
vez fui yo quién le arrancó una sonrisa a él.
-Más vale tarde que
nunca.-. Se encogió de hombros. –Puede que sea el destino quién nos ha juntado.
-¿Crees en el destino?-
Levanté una de mis cejas, curiosa por conocer su respuesta. Conocer más de la
misteriosa y atareada vida de James Steel.
-Creo que es toda una
suerte que mi coche haya chocado con tu moto.- Se cruzó de brazos e inclinó su
cuerpo hacia delante, venciendo su rostro al mío. Todo con movimientos lentos y
sensuales. Con los que cualquier chica se habría desmallado.
Pero yo no era como las
demás chicas a las que James estaba acostumbrado. Chicas que se hacían
ilusiones y fantaseaban con el endiablado y angelical chico guapo de revista.
El chico con coche propio, forrado de dinero y con el poder absoluto de
lanzarte a la fama y convertirte en reina durante una noche.
Después, si te he visto
no me acuerdo. Se acabó el cuento.
Aquellas palabras en mi
mente me hicieron reaccionar de manera automática.
Me aparté dando un paso
hacia atrás. No quería ofenderlo, pero tampoco me había propuesto ser su nuevo
juguetito. Sólo y exclusivamente compañeros de piso.
-Respecto al baño…
-Señalé la puerta con vidriera que estaba al lado de la entrada a la cocina.
James también la miró, siendo arrancado de su fantasía personal y de la que yo
no formaría parte. -… creo que deberíamos establecer algunas normas. Sólo hay
un baño y ahora dos personas.
-Oh, ya sé a lo que te
refieres. Tranquila, a mi no me importa que entres mientras me ducho.
-Ya, pero a mi si. Y
quiero dejarlo claro.- Me miró.
¿Le habría molestado mi
comentario? Quizás pensase que era una especie de mini tirana y que únicamente
se haría lo que yo dijese. La idea resultaba tentadora, pero no. Yo me
consideraba muy objetiva en todo.
-¿Cuál es tu idea?
-He pensado que podríamos
utilizarlo por turnos. A mi gusta más ducharme antes de acostarme. Quizás tú
podrías hacerlo por las mañanas… si te parece bien. Tampoco quiero ser yo la
que imponga las normas. Me gustaría conocer tu opinión…- Tomé aire y suspiré
muy lentamente.
Ahora venía la parte en
la que James me mandaba a la mierda y me decía que para recibir órdenes
prefería volver a su casa…
Pero no ocurrió.
Sonrió conforme. Incluso
me dio la vaga impresión de que se estaba divirtiendo con todo esto.
-Me parece bien. Es tu
casa. Son tus reglas. Yo me ducharé por la mañana.- Me guiñó un ojo.- Te
prohíbo mirarme a escondidas.
-De eso se trata, James.
De respetar la intimidad del otro.- Di la conversación por acabada.
James se acomodó sacando sus
pertenencias de la mochila y entre los dos abrimos el sofá, que, efectivamente
se convertía en cama.
A falta de algún que otro
juego de sábanas, tuve que darle una manta grande.
-No es que haga mucho
frío, precisamente, pero… algo es algo.
-Gracias por procurarme
un buen sarampión.- Bromeó y yo puse los ojos en blanco. Aún así, aceptó la
manta.
Mientras que James
terminaba de instalarse, yo entré en mi habitación en busca de un almohadón que
prestarle.
Cogí el más nuevo que
encontré, aún metido en un envoltorio de plástico.
Nunca antes había tenido
visita, a excepción de Steven. Pero eso no contaba, porque Steven y yo siempre
habíamos compartido mi cama.
Regresé, desenvolviendo
la almohada. Me quedé paralizada en el sitio, junto a la puerta de mi dormitorio
cuando levanté la mirada y sorprendí a James quitándose la camisa, desnudándose
delante de mi…
Bueno. Tanto como
desnudarse…
La prenda cayó a lo largo
de su ancha espalda. Despacio. Muy despacio. A cámara lenta. Como sin alguien,
quién quiera que dirigiese el destino le hubiese dado al botón de ralentizar.
Ese en el que juraba “la penosa vida de Max”.
Mis ojos siguieron el
descenso de aquella prenda inútil. Ahora únicamente lo que hacía era estorbar.
Sin control ninguno sobre
mis acciones y la vocecita de mi cabeza recordándome una y otra vez quién era
ese chico, le miré. Prácticamente me lo estaba comiendo con los ojos. Me fijé
en cada detalle. En la anchura de sus hombros. En la musculatura de sus brazos,
en el rosáceo de su piel. En cada lunar, en la hendidura de la columna en medio
de la espalda, en cada movimiento…
Dios.
¿Había hombre mejor
moldeado que aquel que se descamisaba delante de mi?
Los dedos de la manos me
bailaron y la almohada que sujetaba vagamente, se escurrió como una pastilla de
jabón.
El plástico se hizo notar
con su peculiar y molesto ruido, lo que provocó que James se girase de cara a
mi y yo me muriese de la vergüenza. Sonreí como una boba, agachándome en busca
de la almohada perdida –y de mis bragas de no ser porque estaban bien sujetas
bajo el pantalón – sin atreverme a levantar la cabeza y mirarle directamente.
Se daría cuenta de mi
rubor.
“Hasta un ciego se daría
cuenta de tu desvergüenza por mirarle de ese modo, Maximill.” Eso gritaba la
vocecita de mi cabeza…
-Se me ha escurrido… que
torpe…- Sacudí la cabeza. Tal vez así podría liberarme de ese ardor persistente
en mis mejillas y que acaloraba todo mi rostro.
James se agachó frente a
mi. Agarró el almohadón y yo el dichoso plástico, aplastándolo
inconscientemente entre mis dedos a causa de los nervios.
-¿Tienes suficiente con
eso?- Le pregunté, señalando la almohada entre sus manos.
La miró un instante antes
de lazar las cejas y menear la cabeza en gesto de negación.
-La verdad es que no.
Preferiría mi osito de peluche, pero bueno… tendré que conformarme.- Golpeó la
almohada con las manos, atusándola y finalmente la dejó caer sobre el
sofá/cama.
-Espera. Tengo unas
cuantas fundas en el armario. Ahora te las traigo.
-No, Max. En serio. Así
está bien.- Aparecí al momento, con la funda para la almohada. Era de un tono
azulado, con la tela algo desgastada por el continuo uso. Pero limpia, al fin y al cabo.
Me acerqué hasta la cama
y extendí la funda.
-Esto no es necesario.
Tanta atención…- Sonrió abrumado antes de continuar.- Es mi primera noche. Ya
me encargaré de traer fundas, sábanas y demás cosas de mi casa.
-Y por esa razón, por ser
tu primera noche aquí, quiero que te lleves una buena impresión. Soy muy buena
anfitriona cuando me lo propongo.- Correspondí a su sonrisa. James estaba justo
ahí, frente a mi. Escaseaba la distancia, pero no me sentí incómoda. Tuve que
alzar la vista para poder mirarle a los ojos. Era raro…
-Te lo agradezco. Juro
que te lo compensa… ¡Ah!- Gritó y yo también grité a causa del sobresalto.
¿Por qué gritaba? ¿Y
porqué gritaba yo?
No lo entendí al
principio. De lo único que me di cuenta es que hacía unos segundos estábamos de
pie y ahora nos encontrábamos tendidos sobre la cama. Uno encima del otro.
Concretamente James encima de mi, con todo su cuerpo esculpido por dioses
encima del mío aún sudoroso por el calor en la cocina de mi madre y por el que
me producía aquella situación…
Le miré directamente sin
saber que hacer, si pedirle que se levantase o disfrutar un poco de la
oportunidad de sentir a alguien como James tan cerca a mi…
Con las manos sobre sus
hombros desnudos y las suyas en mi cintura.
-¿P-por qué has gritado?-
Tartamudeé.
¿Estaba tartamudeando? Yo
nunca tartamudeaba.
-Algo… algo me ha rozado
los pies. Algo caliente. Ha salido de debajo de la cama.
Levanté ambas cejas, con
actitud perpleja. Confundida y sin llegar a creerlo.
-¿Qué algo te ha rozado?
¿Me estás vacilando?
-No, no, no. Te juro que
es verdad. Ha salido algo y me ha tocado los pies. No sé que coño era…
-Esa boca.
-Si. Perdón.- Carraspeó.-
No sé lo que era.
Algo caminaba a los pies
de la cama. De un elegante brinco se subió sobre ella y caminó con sus cuatro
patitas peluditas hasta nosotros. Olfateó la cara de James y maulló.
Reí. Reí como nunca. Mi
vientre se convulsionaba bajo el de James y las piernas comenzaban a
entumecerse debido a la postura, pero me daba igual.
-¿Tienes un gato?
Negué con la cabeza
mientras hacía intentos por cesar de reír.
-No es mío. Es de mi
vecina. Viene a refugiarse aquí en busca de leche ¿Te has asustado con un
simple gato?
-No tenía ni idea de que
fuese un gato.- Se levantó y me ayudó a mi a levantarme de la cama, tirando de
mi mano.
La funda de la almohada
se había arrugado. La estiré con las manos y cogí al gato entre mis brazos.
-¿Tiene nombre?
-No lo sé. Ni si quiera
lleva collar. Sé que es de mi vecina porque su nieto se dedica a quemarle la
cola al pobre animal, ¿ves?- El acabado pardo de la cola del gato estaba
churruscada, indicios de que habían jugado a prenderle fuego.
Me retiré hasta la cocina
donde le serví un tazón de leche. Le acariciaba el suave lomo cuando James
reapareció con una maraña de ropa sucia entre las manos. Incluidos los
pantalones.
Intenté por todos los
medios no mirarle directamente. Luché contra mis impulsos más primitivos y
salvajes. Borré de mi mente cualquier atisbo de pensamiento calenturiento y me
centré en lo que llevaba en las manos.
-¿Dónde puedo dejar esto?
Me costó lo mío no
entretenerme con aquellos bóxer ceñidos, pero finalmente lo conseguí.
-Puedes dejarla en aquel
cesto.- Señalé detrás de la puerta donde descansaba un recipiente de plástico
blanco que compré en una tienda de todo a un dólar. – Aquí no tenemos lavadora.
El apartamento es demasiado pequeño. Si quieres lavar la ropa, tendrás que
venir conmigo a la lavandería que hay al otro lado de la calle.
Asintió y arrojó la ropa
al interior del cesto.
-Debo reconocer que esto
es un cambio grande. Pero… me gusta.- Sonrió y me dedicó una última mirada
antes de marcharse a la cama.
Fue una mirada diferente.
Una mirada que me puso el vello de punta. De una manera agradable.
Me estremecí…
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