CAPÍTULO 4
¿Por qué cuando esperas
algo tan ansiosamente parece que las horas pasan segundo a segundo?
Quizás sería la décima o
undécima vez que miraba el reloj de mi móvil.
Sólo marcaban las doce
menos diez y James no vendría a recogerme hasta la una.
¿Por qué me sentía así?
¿Por qué esa necesidad de
volver a verlo?
James no me caía bien…
tampoco me desagradaba.
No podía dejar de darle
vueltas a la última conversación. James pretendía venir a vivir conmigo…
Bueno, Max. No te hagas
ilusiones. Él solamente ha sugerido que compartáis apartamento.
Fuera como fuere, tendría
que convivir con él. El mismo capullo que en su día atropelló mi moto y se rió
de mi…
Y, si accedía, únicamente
sería por cuestión económica. No me interesaba nada más.
¿Qué podría interesarme
de él?
Tan sólo hacia cuatro
días que le conocía…
-Se te sale el chocolate.
-¿Qué?
-¡El chocolate, Max!
Volví a la realidad y
observé mi mano sosteniendo el cucharón con el que daba vueltas al preparado
especial para bombones. El chocolate hervía, rebosaba por los bordes y se
estaba quemando.
-¡Mierda!- Apagué el
fuego. Con un paño húmedo retiré la olla de la vitrocerámica y la arrojé al
fregadero. Mientras tanto, la señora Chang me gritaba.
-¡Más atenta! ¡Más
atenta!
Hundí las manos en agua
fría y suspiré de alivio.
-Si, si. Perdón. Lo sé…
más atenta.- Repetí para hacerla callar, pero ni con esas.
Cerré los ojos mientras
que el agua trabajaba como un bálsamo sobre mis manos doloridas por el calor de
la olla.
-Chocolate quemado. No
vale.
Miré a la señora Chang de
reojo. Arrojó el chocolate quemado por el desagüe y con una espátula de madera
rascó el fondo del recipiente.
Una vez me sentí mejor,
saqué las manos del cuenco con agua y me sequé en el delantal.
-Lo siento señora Chang.
Volveré a preparar la receta.
-¡No, no! Tú a vender.
Yo, receta.
Asentí, sin atreverme a
replicar. Tampoco es que tuviese intenciones.
¡Qué remedio!
La señora Chang era tan
menudita como un niño de diez años, pero sus collejas eran como hoy y mañana de
grandes.
Dejé a mi malhumorada
jefa en la cocina despotricando contra mi en su incomprensible idioma natal, y
me aventuré a la venta.
Admiraba con que valentía
compraban los clientes los carísimos bombones de la señora Chang. Claro que,
sus clientes no eran cualquiera…
Adorné el mostrador con
las bandejas listas y preparadas con toda la variedad de nuestro surtido.
Me aseguré de que hubiese
cambio en la caja registradora, y sobre todo, traté de estar centrada.
-Una caja de bombones de
Mouse de chocolate y aparte un beso de la chica más guapa de la tienda, por
favor.
Levanté la mirada y
sonreí tras el expositor. Vi la agradable cara de un hombre de unos cincuenta
años, algo cano, con escaso bigote y dulces arrugas que surcaban sus ojos
oscuros al sonreírme.
-¡Papá!- Me alegré tanto
de verlo que salté por encima del expositor y me lancé a sus brazos. Me hundí
en su pecho y aspiré su inconfundible olor a clorofila.
Me rodeó con sus brazos y
yo lo besé en la cara.
-¿Qué haces aquí? Pensaba
que no volverías hasta navidades. Ya lo tenía todo preparado para volver a
Italia contigo.- Su sonrisa desapareció progresivamente y sus brazos dejaron de
apretarme. Me acarició con ternura y yo supuse que algo no marchaba bien. -¿Qué
pasa? ¿Va todo bien por Italia? ¿Tú estás bien?- Asintió y suspiró.
-Si. Yo estoy bien y por
Italia todo está como siempre. Lo que me ha traído a Nueva York es tu madre.
Fruncí el ceño y sostuve
una de sus manos entre las mías.
-¿Mamá? ¿Qué le pasa?
Anoche estuve con ella y todo me parecía normal…
-Me llamó hace unos días
y me dijo que no se encontraba bien. Me necesita y, bueno… aquí estoy.
Solté su delgada mano y
regresé tras el expositor. Lo bueno siempre dura poco y que razón tenía quién
lo dijo…
Le miré desde detrás del
mostrador, como si las mamparas me sirviesen de escudo ante el dolor de sus
palabras.
-¿Te llamó para qué
vinieses y no me dijo nada? ¡Papá! Tú tienes mi número, ¿por qué no me
llamaste?- Perdí la calma. Él me mandó callar igual que a una chiquilla,
llevándose el dedo a los labios. -¡No! No me trates como a una cría y dime que
pasa con mamá.
Fui gravemente directa,
pero nada en comparación con la respuesta que me dio él.
-Ha recaído, Maxy. Bill
no sabe nada. Ella… lo mantiene en secreto para no haceros daño. Pero me llamó
y me dijo que había vuelto a consumir…
De repente, todo mi mundo
se fue a la mierda. Me sentí como en un bucle que se repetía una y otra vez.
Todo se desvanecía.
Steve, James, mis fotos…
Sentí una fuerte presión
en el pecho.
Bajé la cabeza y cerré
los ojos.
-¿Qué ha consumido?- Mi
padre vaciló. Murmuraba y mantenía la mirada fija en sus manos. Como un niño al
que reprendan; no se atrevió a decir nada.
Suspiré tratando de
recuperar el control y no desmoronarme.
-Está bien.- Dije algo
más sosegada, pero sin mirarlo.
-Lo siento, Maxy. Tu
madre me lo hizo prometer. No puedo contarte más.
Tomé una decisión. Quizás
no fuese la más acertada…
Salí de detrás del
mostrador.
-Iré a verla.
-No. No, por favor. No
vayas.- Me detuvo. Me agarró del brazo y me miró con súplica en los ojos
cansados.
-Como entenderás, no
puedo quedarme de brazos cruzados, papá. Es mi madre.
-Si vas ha verla, sabrá
que te lo he contado todo y no dejará que la ayude. Por favor, Max. No te pido
que le des la espalda, pero…
-Quieres que continúe con
mi vida como si nada…- Atajé.
Miré a mi padre.
El corazón se me encogía
y es que, nunca le había visto tan afectado. Ni si quiera cuando él y mi madre
estaban casados.
Tenía los ojos
ensombrecidos, marcados por oscuras ojeras. Las arrugas de su rostro deformaban
por completo su imagen de hombre serio y fuerte.
No parecía el mismo
hombre que yo recordaba cuando era pequeña.
Recapacité y agarré una
de sus curtidas manos con las mías.
Cuando me miró, sonreí.
-Está bien, papá. No haré
nada, pero… a cambio te pido que me mantengas informada y que si empeora...- Me
respondió con un fuerte y paternal
apretón de manos. Sonrió y asintió. Me besó y no dijo nada más.
Se marchó de la tienda y
la imagen era desoladora. Un exmarido aún enamorado y destrozado.
Un padre con malas
noticias para su hija…
Y una hija impotente y
sin saber muy bien que hacer.
Se montó en el coche y se
alejó hasta que le perdí de vista.
Cerré los ojos y estuve a
punto de derrumbarme de no ser por mi carácter fuerte y mi temple, que sabían
actuar en los momentos más oportunos.
Las lágrimas hacían todo
lo posible por salir, pero las reprimí y convertí ese dolor en rabia…
A punto estuve de
destrozar la mampara del mostrador a puñetazos, pero la señora Chang salió y me
ordenó regresar de nuevo a la cocina.
Obedecí y el olor a
chocolate fue el más desagradable de todos los olores desagradables del mundo.
Como algo tan dulce se
convertía en una pesadilla y en tan poco tiempo.
Las doce y media y no
lograba quitarme a mi madre de la cabeza. Había sustituido una obsesión por
otra. Y no sabía cual era peor…
Si mi repentina e
inaudita obsesión por el guaperas de James, o la recaída de mi madre.
Supongo que ambas
obsesiones eran perjudiciales a su justa medida.
Como era perjudicial
también perder el trabajo por culpa de mi mala concentración. Por lo menos el
chocolate había cocido bien esta vez, alcanzando su perfecto espesor.
Coloqué los moldes y
vertí con una cucharilla el chocolate ardiendo en el interior de cada pequeño
recipiente.
-Bien, bien. Ahora bien.
La señora Chang me sonrió
y acarició el hombro.
La miré mientras se
alejaba hacia el interior de la tienda con una bandeja para reponer los
bombones que se habían ido acabando durante la jornada.
No era tan mala pécora
como aparentaba ser. Ella sola, llevando un negocio en Brooklyn…
Regresó a la cocina con
las manos vacías y una sonrisa sospechosa en sus pequeña boquita curtida con el
paso de los años.
-Chico guapo. Pregunta
por ti.
Señaló el interior de la
tienda.
¿Qué hora es?
No eran ni menos cinco y
James ya estaba esperándome…
Me quité el delantal y la
señora Chang me empujó con insistencia para que saliese.
-Ve, ve. Chico guapo
espera.
-Vale, si. Ya voy, pero
no me empuje, señora.
Salí por fin y allí
estaba él. Inclinado sobre el mostrador y viendo un catálogo de los surtidos
que ofrecí la “Bombonería Chang”.
-No es la una.- Me miró y
sonrió.
-Lo sé. Pero no he podido
resistirme… -¿Resistirse a venir a verme? ¡Caray! ¿Tanto le gustaba?- …a probar
estos bombones. Son exquisitos.
Tenía un bombón entre los
dedos.
Había gato encerrado. Me
había hecho ilusiones como una universitaria enamorada.
Que gilipollas…
Fruncí el ceño y le
propiné un manotazo antes de que pudiese disfrutar de la “exquisitez”
-¿Piensas pagarlo?-
Señalé la caja de bombones que estaba devorando como si no hubiese un mañana y
que –hasta que no me había acercado al mostrador- no había visto.
-Es un regalo.
-Embustero. La señora
Chang no hace regalos. Por cobrar, cobra hasta los buenos días.- Me apoyé en el
mostrador, frente a James.
-Dice que soy guapo.
Alzó las cejas y cogió un
nuevo bombón.
-¿Y por ser guapo te
crees con derecho a comer bombones sin pagar?- Acercó el dulce hacia mis labios
sin borrar esa sonrisa que me producía escalofríos. –Sólo me gustan los de
vainilla.
-¿Sólo los de vainilla?
¿No te gusta el chocolate?
Sonreí. Al final abrí la
boca comiéndome el bombón que James me ofrecía, directamente de entre sus
dedos.
-Aún me falta tiempo para
salir. Me toca cerrar, ¿qué haces aquí tan pronto?
-Ya te lo he dicho.
Quería probar tus bombones.
Se metió otro en la boca
y cerró la caja a regañadientes. Sacó la cartera del interior de sus pantalones
y extrajo un billete de diez dólares.
-¿Me cobras?
Enarqué una ceja, confusa
y perpleja.
¿No había dicho que era
un regalo?
Cogí el billete y lo
guardé en la caja registradora. Le devolví el cambio y le miré entrecerrando
los ojos.
-¿Seguro qué solo has
venido por los bombones?
-Bueno. Esto es una
bombonería, ¿no? ¿Por qué otra cosa iba a venir?
Enrojecí. No sé si de
rabia o vergüenza.
Aparté la mirada y
carraspeé como dando a entender que en realidad no me importaban sus motivos ni
que los bombones fuesen su verdadero interés, y no yo.
-Espera.- Se quedó
pensativo y mirándome con atención. Sonrió progresivamente a medida que sus
macabras ideas tomaban forma en esa cabecita suya. -¿Pensabas que había venido
por ti?
El rubor aumentó
quemándome las mejillas. Fruncí el ceño y me puse nerviosa.
¡Mierda, Max! Ha dado en
el clavo.
-N-no te hagas ilusiones.
No eres tan importante para mi.- Y encima me hacía la orgullosa y era
arrogante.
Rió y me miró.
-Creo que no soy el único
que se ha hecho ilusiones ¿Estabas esperándome?
-¿Y para qué tendría que
esperarte yo a ti? Tengo cosas más importantes que hacer. Como trabajar, por
ejemplo.- Fruncí el ceño. James no cesaba su risa y mofa. –Deja de reírte de
mi, ¿quieres? Si estaba esperándote era para hablar sobre la tontería de
compartir el apartamento. Y la respuesta será “vete a la mierda” si sigues
riéndote de mi.
Cesó de inmediato, aunque
la sonrisa seguía allí, torturándome.
-Perdona. Oye, vayamos a
comer. Invito yo y seguro que la señora Chang deja que hoy salgas antes.
Y, así fue. Unas palabras
amables, algo de peloteo barato, un guiño de ojo y la señora Chang pasó de ser
una dominante jefa a transformarse en una dulce ancianita.
James tenía mucha
picardía. Eso era innegable y, gracias a él, pude salir antes del trabajo.
-¿Dónde vas?- Me preguntó
cuando salí y vio que me dirigía hacia el lado contrario. Señaló el Volvo y yo
negué con la cabeza.
-Iremos a pie. El sitio
donde quiero comer está aquí al lado.
Con un ligero movimiento
de cabeza, le indiqué que me siguiese y él respondió como un cachorrillo que es
llamado por su ama.
Caminó a mi lado y en un
descuido por mi parte, James agarró los palillos que sujetaban mis cabellos en
un moño y me los arrebató.
El pelo cayó suelto y
desperdigado sobre mis hombros y espalda.
-¿Qué haces?- Le pregunté
azorada. Simplemente me sonrió, contemplando mis tirabuzones negros.
-Me gusta más así. Tienes
un pelo muy sexy. No deberías recogértelo nunca.
Alcé una de mis cejas y
acto seguido reí. El rubor ya no era tan intenso y mucho menos después de sus
palabritas.
-¿Tengo un pelo muy sexy?
¿En serio? ¿Dónde has aprendido a hablar así?
-¿Qué pasa? Era un
cumplido. No hace falta que analices todo lo que digo. Solo quería ser amable.
-Vale. Lo siento.- Me
disculpé y coloqué mi melena sobre un hombro. –Tú también tienes un pelo muy
sexy.
Estallé en carcajadas.
-Ha quedado claro. Soy un
cursi.- Me miró mientras me reía con mucha naturalidad y, por un largo periodo
de tiempo, me contempló con ternura en los ojos. Como si estuviese viendo algo
fascinante y enternecedor por primera vez.
-¡Allí!- Señalé.
-¿Allí? ¿Un McDonald´s?
-¿No te gustan las
hamburguesas?
-Si. Pero las caseras.
Nunca he probado las de aquí?
Ahora si que estaba
segura de que la vida de James no debía ser muy entretenida. No es que yo fuese
el alma de las fiestas precisamente, pero, ¿quién no ha ido a un McDonald´s alguna vez en su vida y más
teniendo tanta pasta?
Muchas reuniones y muchos
locales privados, pero en realidad la diversión se encontraba en las calles.
-Pues entonces no te
dejaré ir sin que pruebes al menos una.- Le agarré de la mano y tiré de él
hacia el restaurante.
El olor a hamburguesas y
patatas fritas inundaba todo el local y nos envolvía haciendo que me rugiese el
estómago.
Sonreí.
-Invitas tú.
-Que remedio.
Minutos más tarde, nos
encontrábamos sentados en una de las mesas más retiradas. Uno frente al otro.
Me dedicaba a embadurnar
la carne de la hamburguesa con Ketchup mientras que James me observaba con cara
de imbécil.
-¿Qué ocurre? ¿Has visto
un fantasma?- Me chupé uno de los dedos manchados por la salsa de tomate.
-No. Solo que… nunca
había visto a una chica comerse una hamburguesa de ese tamaño.
Miré la hamburguesa.
Pues… a mi me parecía de las más normales.
Sonreí y cerré la carne
entre los panes y apreté dejando que el Ketchup se desparramase por los lados.
-¿Qué comen las chicas en
el mundo en el que vives? ¿Lechuga?- Solté una risotada.
-Bueno… suelen variar.
-¿Varias? ¿En serio?
¿Entre qué? ¿Una zanahoria y un trozo de pan integral? He visto a chicas de tu
clase comportarse y te aseguro que no saben lo que es comerse un buen filete en
salsa con sus patatas asadas. O un plato de pasta italiana gratinada hasta
arriba…
-O unos bombones de
vainilla.- Me interrumpió y sonreí.
-Si vas a vivir conmigo,
tendrás que acostumbrarte a la comida de verdad. Los viernes por la noche no
cocino. O comida China o alitas en salsa barbacoa.
Una sonrisa fue
dibujándose en su rostro a medida que iba contándole mi plan de vida a todo
lujo… sin lujos.
-Entonces… ¿está hecho?
¿Compartirás el apartamento conmigo?
-Si. Pero tengo
condiciones.
-Por supuesto. Tú me
dirás.
-Primero… quiero saber
porque quieres venir a vivir a un barrio como el mío cuando seguramente
disfrutas de mansiones, cuadra con caballos, garaje propio, piscina…
Suspiró prolongadamente.
Le miré y entendí que tal vez había metido la pata por preguntar.
Su sonrisa había
desaparecido.
-Puede que en mi vida no
me falte de nada. Pero… me sobra todo. Mi padre es dueño de una gran empresa.
Mi madre se codea con los mejores diseñadores y yo… algún día heredaré todo
eso. Es todo un comecocos y en lo único que se me permite pensar cuando estoy
entre esas cuatro paredes en el dinero que voy ha ganar y en que debo
invertirlo.
-¿Lo has hablado con
ellos?
-No…
-¿Y porqué no lo haces?
¿Por qué no les cuentas como te sientes?- Volvió a suspirar y recostó la
espalda contra el asiento.
-Nunca están. Quiero
decir que… están físicamente pero no escuchan. Están demasiado ocupados en sus
trabajos como para lidiar con los problemas que pueda tener un joven prometedor
como yo. Según mi padre, ¿qué problemas puedo tener si tengo todo cuanto deseo?
-Es muy cruel.- Casi
susurré para mi misma que para él.
Imaginar una situación
así no era tan difícil. Al menos hablando desde mi propia experiencia.
Papá se marchó. Mamá y
sus problemas de adicción y Bill… en definitiva él no tendría porque
interesarse por mi.
-Perdona si estoy siendo
demasiado melodramático. En resumen; tengo dinero pero me apetece cambiar de
vida. Quiero compartir todo lo que tengo con alguien más. Contigo.
El estómago me dio un
vuelco. De repente el apetito desapareció y el rubor regresó a mis mejillas.
-¿P-porqué yo? Yo no soy
nadie. Solo soy una chica más que vive sola y debe dinero a prácticamente todo
Brooklyn. No lo comprendo ¿No tienes amigos? ¿Qué me dices de aquellos tres que
estaban contigo la mañana del “accidente”?
-Esos son tan solo tres
gilipollas más que les interesa el tamaño de mi cartera y que les presente
chicas guapas. Si alguna vez me ocurriese algo, ellos se lavarían las manos,
¿comprendes? En mi “mundo” no existen los amigos de verdad.
Esa última frase me hizo
reflexionar.
Me crucé de brazos y miré
a James. Un James que pretendía ser sincero conmigo.
-¿Y qué te hace pensar
que yo soy diferente? Estoy sin blanca y de la nada apareces tú con millones en
los bolsillos. Puede que yo también sea una interesada.
-No lo eres.
La respuesta tan
inmediata me dejó casi petrificada en la silla. Parecía estar seguro de lo que
decía.
-¿Cómo puedes estar tan
seguro?
-Lo noté. No aceptaste el
seguro para la moto. Tampoco el trabajo que te ofrecí. Es más, incluso te
sentiste ofendida. No todos hacen eso, Max.
-No me conoces. Hace tan
solo unas horas pensaba en ti de ese modo. Únicamente acepto que compartamos
apartamento por motivos económicos. Si no pago lo que debo me echarán a la
calle.- Extrañamente, mis palabras y mi excesiva sinceridad no le afectaron.
Sonrió.
-¿Ves? Tus motivos son
distintos. Lo haces por necesidad. Ellos… por vicio.- Se encogió de hombros y a
continuación cogió una patata frita que se llevó a la boca mientras que yo le
miraba e intentaba comprender su confuso análisis respecto a mi.
¿A caso no era lo mismo
la necesidad y el vicio? La necesidad conducía al vicio y viceversa…
No quería etiquetarme de
interesada, pero, debo admitir que el dinero fue lo primero que me vino a la
cabeza esa mañana cuando apareció con su oferta.
Quitarme de encima al
señor Franklin pagándole todo lo que le debía, y Steve…
-¿No comes?
Miré la hamburguesa
intacta sobre la mesa, frente a mi.
Asentí y comencé a
comerla con tranquilidad.
No volví a mencionar
palabra mientras que almorzábamos. La seriedad de James me había dejado
impresionada.
¿Porqué confiaba en mi
con tanta facilidad? ¿Sería así con todo el mundo o solamente conmigo?
Él mismo había admitido
que sus padres mucho caso no le hacían y que sus “amigos” en realidad no lo
eran tanto.
¿Y Kyle? ¿Tampoco podía
confiar en él?
¿Tan desesperado estaba
que buscaba consuelo en una completa desconocida?
Muchas preguntas y muy
poco tiempo para contestarlas a todas.
-Ya que no lo dices tú,
lo haré yo ¿Cuáles son las condiciones?
-Aún no he pensado en
ellas, pero… supongo que las que existen en todas las casas.
Había terminado mi
hamburguesa hacía ya un rato y James devoraba la última patata cuando volvió a
dirigirse a mi.
-¿Estás bien?
Asentí, aunque no muy
conforme conmigo misma.
-Si.
-Vale, ¿Cuándo te vendría
bien que me trasladase?
Suspiré profundamente y
pensé.
Vaya, todo esto iba en
serio. Aún no me lo creía…
-¿Saben tus padres que te
marchas?
A sabiendas de que podría
meterme en un lío, pregunté.
-No. Se lo diré hoy.
Aunque con el caso que me hacen…
-Pues… entonces… ven esta
noche. Trae únicamente lo que necesites y mañana vuelves y recoges tus cosas.
Yo haré espacio en el armario. No es muy grande, pero nos las apañaremos.
-Qué decidida.
Me ruboricé. Ahora que lo
pensaba, había sido demasiado impulsiva y James se dio cuenta.
¡Cualquiera lo habría
notado, tonta!
Prácticamente les has
lanzado las llaves de tu casa…
Sonrió y se levantó
recogiendo la bandeja. Yo le imité.
Salimos del restaurante y
miré hacia la calle. James había dejado el Volvo aparcado frente a la
bombonería.
-¿Y el Ferrari?
-Lo he dejado en casa. El
Volvo es de Kyle. Pensé que sería más discreto y no me odiarías tanto si
prescindía de él unas cuantas horas.
Solté una risotada y
ambos caminamos de vuelta a la bombonería.
El paseo fue más corto de
lo que yo desearía. James sacó las llaves del coche y jugó con ellas entre los
dedos.
-¿Te llevo a casa?
-No, gracias. No voy a
casa. Quiero pasar por casa de mi madre. Bill me acercará en su camioneta
después.
Se resistía a apretar el
botón del mando del coche y yo, me resistía a marcharme. Le miré y me acerqué
un paso.
Tuve que ponerme de
puntillas para alcanzar su mejilla y besarlo.
El contacto fue breve,
pero muy suave y eléctrico. Sentí el aroma a perfume de hombre y el sabor
dulzón de la loción de afeitado en los labios.
Me ruboricé, agaché la
cabeza y disimuladamente me mordí el labio inferior.
Ese beso no iba destinado
a la mejilla…
James carraspeó y
finalmente pulsó el botón del mando. El seguro del coche se desactivó con un
“clic” y James abrió la puerta.
Me aparté y me atreví a
mirarle desde la distancia. Como si eso disimulase mi rubor…
-Ten cuidado por el
camino.
Me dijo. Sonrió y se
metió en el coche. Cerró la puerta y antes de arrancar, me miró guiñándome un
ojo.
-Tú también. Esta noche…
te veo.
Aceleró y se marchó.
Yo me volví a sumergir en
mis pensamientos. En ese beso que con tantas ganas le había dado.
¿Agradecimiento, tal vez?
¿Pena?
James era diferente, por
completo, al chico que conocí hacía menos de una semana. Quería pensar que
realmente él era así. Que no actuaba y que existía un James humano detrás de
esa fachada de niño rico.
Tampoco quería esperanzarme.
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