domingo, 16 de noviembre de 2014

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 4


¿Por qué cuando esperas algo tan ansiosamente parece que las horas pasan segundo a segundo?
Quizás sería la décima o undécima vez que miraba el reloj de mi móvil.
Sólo marcaban las doce menos diez y James no vendría a recogerme hasta la una.
¿Por qué me sentía así?
¿Por qué esa necesidad de volver a verlo?
James no me caía bien… tampoco me desagradaba.
No podía dejar de darle vueltas a la última conversación. James pretendía venir a vivir conmigo…
Bueno, Max. No te hagas ilusiones. Él solamente ha sugerido que compartáis apartamento.
Fuera como fuere, tendría que convivir con él. El mismo capullo que en su día atropelló mi moto y se rió de mi…
Y, si accedía, únicamente sería por cuestión económica. No me interesaba nada más.
¿Qué podría interesarme de él?
Tan sólo hacia cuatro días que le conocía…
-Se te sale el chocolate.
-¿Qué?
-¡El chocolate, Max!
Volví a la realidad y observé mi mano sosteniendo el cucharón con el que daba vueltas al preparado especial para bombones. El chocolate hervía, rebosaba por los bordes y se estaba quemando.
-¡Mierda!- Apagué el fuego. Con un paño húmedo retiré la olla de la vitrocerámica y la arrojé al fregadero. Mientras tanto, la señora Chang me gritaba.
-¡Más atenta! ¡Más atenta!
Hundí las manos en agua fría y suspiré de alivio.
-Si, si. Perdón. Lo sé… más atenta.- Repetí para hacerla callar, pero ni con esas.
Cerré los ojos mientras que el agua trabajaba como un bálsamo sobre mis manos doloridas por el calor de la olla.
-Chocolate quemado. No vale.
Miré a la señora Chang de reojo. Arrojó el chocolate quemado por el desagüe y con una espátula de madera rascó el fondo del recipiente.
Una vez me sentí mejor, saqué las manos del cuenco con agua y me sequé en el delantal.
-Lo siento señora Chang. Volveré a preparar la receta.
-¡No, no! Tú a vender. Yo, receta.
Asentí, sin atreverme a replicar. Tampoco es que tuviese intenciones.
¡Qué remedio!
La señora Chang era tan menudita como un niño de diez años, pero sus collejas eran como hoy y mañana de grandes.
Dejé a mi malhumorada jefa en la cocina despotricando contra mi en su incomprensible idioma natal, y me aventuré a la venta.
Admiraba con que valentía compraban los clientes los carísimos bombones de la señora Chang. Claro que, sus clientes no eran cualquiera…
Adorné el mostrador con las bandejas listas y preparadas con toda la variedad de nuestro surtido.
Me aseguré de que hubiese cambio en la caja registradora, y sobre todo, traté de estar centrada.
-Una caja de bombones de Mouse de chocolate y aparte un beso de la chica más guapa de la tienda, por favor.
Levanté la mirada y sonreí tras el expositor. Vi la agradable cara de un hombre de unos cincuenta años, algo cano, con escaso bigote y dulces arrugas que surcaban sus ojos oscuros al sonreírme.
-¡Papá!- Me alegré tanto de verlo que salté por encima del expositor y me lancé a sus brazos. Me hundí en su pecho y aspiré su inconfundible olor a clorofila.
Me rodeó con sus brazos y yo lo besé en la cara.
-¿Qué haces aquí? Pensaba que no volverías hasta navidades. Ya lo tenía todo preparado para volver a Italia contigo.- Su sonrisa desapareció progresivamente y sus brazos dejaron de apretarme. Me acarició con ternura y yo supuse que algo no marchaba bien. -¿Qué pasa? ¿Va todo bien por Italia? ¿Tú estás bien?- Asintió y suspiró.
-Si. Yo estoy bien y por Italia todo está como siempre. Lo que me ha traído a Nueva York es tu madre.
Fruncí el ceño y sostuve una de sus manos entre las mías.
-¿Mamá? ¿Qué le pasa? Anoche estuve con ella y todo me parecía normal…
-Me llamó hace unos días y me dijo que no se encontraba bien. Me necesita y, bueno… aquí estoy.
Solté su delgada mano y regresé tras el expositor. Lo bueno siempre dura poco y que razón tenía quién lo dijo…
Le miré desde detrás del mostrador, como si las mamparas me sirviesen de escudo ante el dolor de sus palabras.
-¿Te llamó para qué vinieses y no me dijo nada? ¡Papá! Tú tienes mi número, ¿por qué no me llamaste?- Perdí la calma. Él me mandó callar igual que a una chiquilla, llevándose el dedo a los labios. -¡No! No me trates como a una cría y dime que pasa con mamá.
Fui gravemente directa, pero nada en comparación con la respuesta que me dio él.
-Ha recaído, Maxy. Bill no sabe nada. Ella… lo mantiene en secreto para no haceros daño. Pero me llamó y me dijo que había vuelto a consumir…
De repente, todo mi mundo se fue a la mierda. Me sentí como en un bucle que se repetía una y otra vez. Todo se desvanecía.
Steve, James, mis fotos…
Sentí una fuerte presión en el pecho.
Bajé la cabeza y cerré los ojos.
-¿Qué ha consumido?- Mi padre vaciló. Murmuraba y mantenía la mirada fija en sus manos. Como un niño al que reprendan; no se atrevió a decir nada.
Suspiré tratando de recuperar el control y no desmoronarme.
-Está bien.- Dije algo más sosegada, pero sin mirarlo.
-Lo siento, Maxy. Tu madre me lo hizo prometer. No puedo contarte más.
Tomé una decisión. Quizás no fuese la más acertada…
Salí de detrás del mostrador.
-Iré a verla.
-No. No, por favor. No vayas.- Me detuvo. Me agarró del brazo y me miró con súplica en los ojos cansados.
-Como entenderás, no puedo quedarme de brazos cruzados, papá. Es mi madre.
-Si vas ha verla, sabrá que te lo he contado todo y no dejará que la ayude. Por favor, Max. No te pido que le des la espalda, pero…
-Quieres que continúe con mi vida como si nada…- Atajé.
Miré a mi padre.
El corazón se me encogía y es que, nunca le había visto tan afectado. Ni si quiera cuando él y mi madre estaban casados.
Tenía los ojos ensombrecidos, marcados por oscuras ojeras. Las arrugas de su rostro deformaban por completo su imagen de hombre serio y fuerte.
No parecía el mismo hombre que yo recordaba cuando era pequeña.
Recapacité y agarré una de sus curtidas manos con las mías.
Cuando me miró, sonreí.
-Está bien, papá. No haré nada, pero… a cambio te pido que me mantengas informada y que si empeora...- Me respondió  con un fuerte y paternal apretón de manos. Sonrió y asintió. Me besó y no dijo nada más.
Se marchó de la tienda y la imagen era desoladora. Un exmarido aún enamorado y destrozado.
Un padre con malas noticias para su hija…
Y una hija impotente y sin saber muy bien que hacer.
Se montó en el coche y se alejó hasta que le perdí de vista.
Cerré los ojos y estuve a punto de derrumbarme de no ser por mi carácter fuerte y mi temple, que sabían actuar en los momentos más oportunos.
Las lágrimas hacían todo lo posible por salir, pero las reprimí y convertí ese dolor en rabia…
A punto estuve de destrozar la mampara del mostrador a puñetazos, pero la señora Chang salió y me ordenó regresar de nuevo a la cocina.
Obedecí y el olor a chocolate fue el más desagradable de todos los olores desagradables del mundo.
Como algo tan dulce se convertía en una pesadilla y en tan poco tiempo.



Las doce y media y no lograba quitarme a mi madre de la cabeza. Había sustituido una obsesión por otra. Y no sabía cual era peor…
Si mi repentina e inaudita obsesión por el guaperas de James, o la recaída de mi madre.
Supongo que ambas obsesiones eran perjudiciales a su justa medida.
Como era perjudicial también perder el trabajo por culpa de mi mala concentración. Por lo menos el chocolate había cocido bien esta vez, alcanzando su perfecto espesor.
Coloqué los moldes y vertí con una cucharilla el chocolate ardiendo en el interior de cada pequeño recipiente.
-Bien, bien. Ahora bien.
La señora Chang me sonrió y acarició el hombro.
La miré mientras se alejaba hacia el interior de la tienda con una bandeja para reponer los bombones que se habían ido acabando durante la jornada.
No era tan mala pécora como aparentaba ser. Ella sola, llevando un negocio en Brooklyn…
Regresó a la cocina con las manos vacías y una sonrisa sospechosa en sus pequeña boquita curtida con el paso de los años.
-Chico guapo. Pregunta por ti.
Señaló el interior de la tienda.
¿Qué hora es?
No eran ni menos cinco y James ya estaba esperándome…
Me quité el delantal y la señora Chang me empujó con insistencia para que saliese.
-Ve, ve. Chico guapo espera.
-Vale, si. Ya voy, pero no me empuje, señora.
Salí por fin y allí estaba él. Inclinado sobre el mostrador y viendo un catálogo de los surtidos que ofrecí la “Bombonería Chang”.
-No es la una.- Me miró y sonrió.
-Lo sé. Pero no he podido resistirme… -¿Resistirse a venir a verme? ¡Caray! ¿Tanto le gustaba?- …a probar estos bombones. Son exquisitos.
Tenía un bombón entre los dedos.
Había gato encerrado. Me había hecho ilusiones como una universitaria enamorada.
Que gilipollas…
Fruncí el ceño y le propiné un manotazo antes de que pudiese disfrutar de la “exquisitez”
-¿Piensas pagarlo?- Señalé la caja de bombones que estaba devorando como si no hubiese un mañana y que –hasta que no me había acercado al mostrador- no había visto.
-Es un regalo.
-Embustero. La señora Chang no hace regalos. Por cobrar, cobra hasta los buenos días.- Me apoyé en el mostrador, frente a James.
-Dice que soy guapo.
Alzó las cejas y cogió un nuevo bombón.
-¿Y por ser guapo te crees con derecho a comer bombones sin pagar?- Acercó el dulce hacia mis labios sin borrar esa sonrisa que me producía escalofríos. –Sólo me gustan los de vainilla.
-¿Sólo los de vainilla? ¿No te gusta el chocolate?
Sonreí. Al final abrí la boca comiéndome el bombón que James me ofrecía, directamente de entre sus dedos.
-Aún me falta tiempo para salir. Me toca cerrar, ¿qué haces aquí tan pronto?
-Ya te lo he dicho. Quería probar tus bombones.
Se metió otro en la boca y cerró la caja a regañadientes. Sacó la cartera del interior de sus pantalones y extrajo un billete de diez dólares.
-¿Me cobras?
Enarqué una ceja, confusa y perpleja.
¿No había dicho que era un regalo?
Cogí el billete y lo guardé en la caja registradora. Le devolví el cambio y le miré entrecerrando los ojos.
-¿Seguro qué solo has venido por los bombones?
-Bueno. Esto es una bombonería, ¿no? ¿Por qué otra cosa iba a venir?
Enrojecí. No sé si de rabia o vergüenza.
Aparté la mirada y carraspeé como dando a entender que en realidad no me importaban sus motivos ni que los bombones fuesen su verdadero interés, y no yo.
-Espera.- Se quedó pensativo y mirándome con atención. Sonrió progresivamente a medida que sus macabras ideas tomaban forma en esa cabecita suya. -¿Pensabas que había venido por ti?
El rubor aumentó quemándome las mejillas. Fruncí el ceño y me puse nerviosa.
¡Mierda, Max! Ha dado en el clavo.
-N-no te hagas ilusiones. No eres tan importante para mi.- Y encima me hacía la orgullosa y era arrogante.
Rió y me miró.
-Creo que no soy el único que se ha hecho ilusiones ¿Estabas esperándome?
-¿Y para qué tendría que esperarte yo a ti? Tengo cosas más importantes que hacer. Como trabajar, por ejemplo.- Fruncí el ceño. James no cesaba su risa y mofa. –Deja de reírte de mi, ¿quieres? Si estaba esperándote era para hablar sobre la tontería de compartir el apartamento. Y la respuesta será “vete a la mierda” si sigues riéndote de mi.
Cesó de inmediato, aunque la sonrisa seguía allí, torturándome.
-Perdona. Oye, vayamos a comer. Invito yo y seguro que la señora Chang deja que hoy salgas antes.
Y, así fue. Unas palabras amables, algo de peloteo barato, un guiño de ojo y la señora Chang pasó de ser una dominante jefa a transformarse en una dulce ancianita.
James tenía mucha picardía. Eso era innegable y, gracias a él, pude salir antes del trabajo.
-¿Dónde vas?- Me preguntó cuando salí y vio que me dirigía hacia el lado contrario. Señaló el Volvo y yo negué con la cabeza.
-Iremos a pie. El sitio donde quiero comer está aquí al lado.
Con un ligero movimiento de cabeza, le indiqué que me siguiese y él respondió como un cachorrillo que es llamado por su ama.
Caminó a mi lado y en un descuido por mi parte, James agarró los palillos que sujetaban mis cabellos en un moño y me los arrebató.
El pelo cayó suelto y desperdigado sobre mis hombros y espalda.
-¿Qué haces?- Le pregunté azorada. Simplemente me sonrió, contemplando mis tirabuzones negros.
-Me gusta más así. Tienes un pelo muy sexy. No deberías recogértelo nunca.
Alcé una de mis cejas y acto seguido reí. El rubor ya no era tan intenso y mucho menos después de sus palabritas.
-¿Tengo un pelo muy sexy? ¿En serio? ¿Dónde has aprendido a hablar así?
-¿Qué pasa? Era un cumplido. No hace falta que analices todo lo que digo. Solo quería ser amable.
-Vale. Lo siento.- Me disculpé y coloqué mi melena sobre un hombro. –Tú también tienes un pelo muy sexy.
Estallé en carcajadas.
-Ha quedado claro. Soy un cursi.- Me miró mientras me reía con mucha naturalidad y, por un largo periodo de tiempo, me contempló con ternura en los ojos. Como si estuviese viendo algo fascinante y enternecedor por primera vez.
-¡Allí!- Señalé.
-¿Allí? ¿Un McDonald´s?
-¿No te gustan las hamburguesas?
-Si. Pero las caseras. Nunca he probado las de aquí?
Ahora si que estaba segura de que la vida de James no debía ser muy entretenida. No es que yo fuese el alma de las fiestas precisamente, pero, ¿quién no ha ido a un McDonald´s alguna vez en su vida y más teniendo tanta pasta?
Muchas reuniones y muchos locales privados, pero en realidad la diversión se encontraba en las calles.
-Pues entonces no te dejaré ir sin que pruebes al menos una.- Le agarré de la mano y tiré de él hacia el restaurante.
El olor a hamburguesas y patatas fritas inundaba todo el local y nos envolvía haciendo que me rugiese el estómago.
Sonreí.
-Invitas tú.
-Que remedio.



Minutos más tarde, nos encontrábamos sentados en una de las mesas más retiradas. Uno frente al otro.
Me dedicaba a embadurnar la carne de la hamburguesa con Ketchup mientras que James me observaba con cara de imbécil.
-¿Qué ocurre? ¿Has visto un fantasma?- Me chupé uno de los dedos manchados por la salsa de tomate.
-No. Solo que… nunca había visto a una chica comerse una hamburguesa de ese tamaño.
Miré la hamburguesa. Pues… a mi me parecía de las más normales.
Sonreí y cerré la carne entre los panes y apreté dejando que el Ketchup se desparramase por los lados.
-¿Qué comen las chicas en el mundo en el que vives? ¿Lechuga?- Solté una risotada.
-Bueno… suelen variar.
-¿Varias? ¿En serio? ¿Entre qué? ¿Una zanahoria y un trozo de pan integral? He visto a chicas de tu clase comportarse y te aseguro que no saben lo que es comerse un buen filete en salsa con sus patatas asadas. O un plato de pasta italiana gratinada hasta arriba…
-O unos bombones de vainilla.- Me interrumpió y sonreí.
-Si vas a vivir conmigo, tendrás que acostumbrarte a la comida de verdad. Los viernes por la noche no cocino. O comida China o alitas en salsa barbacoa.
Una sonrisa fue dibujándose en su rostro a medida que iba contándole mi plan de vida a todo lujo… sin lujos.
-Entonces… ¿está hecho? ¿Compartirás el apartamento conmigo?
-Si. Pero tengo condiciones.
-Por supuesto. Tú me dirás.
-Primero… quiero saber porque quieres venir a vivir a un barrio como el mío cuando seguramente disfrutas de mansiones, cuadra con caballos, garaje propio, piscina…
Suspiró prolongadamente. Le miré y entendí que tal vez había metido la pata por preguntar.
Su sonrisa había desaparecido.
-Puede que en mi vida no me falte de nada. Pero… me sobra todo. Mi padre es dueño de una gran empresa. Mi madre se codea con los mejores diseñadores y yo… algún día heredaré todo eso. Es todo un comecocos y en lo único que se me permite pensar cuando estoy entre esas cuatro paredes en el dinero que voy ha ganar y en que debo invertirlo.
-¿Lo has hablado con ellos?
-No…
-¿Y porqué no lo haces? ¿Por qué no les cuentas como te sientes?- Volvió a suspirar y recostó la espalda contra el asiento.
-Nunca están. Quiero decir que… están físicamente pero no escuchan. Están demasiado ocupados en sus trabajos como para lidiar con los problemas que pueda tener un joven prometedor como yo. Según mi padre, ¿qué problemas puedo tener si tengo todo cuanto deseo?
-Es muy cruel.- Casi susurré para mi misma que para él.
Imaginar una situación así no era tan difícil. Al menos hablando desde mi propia experiencia.
Papá se marchó. Mamá y sus problemas de adicción y Bill… en definitiva él no tendría porque interesarse por mi.
-Perdona si estoy siendo demasiado melodramático. En resumen; tengo dinero pero me apetece cambiar de vida. Quiero compartir todo lo que tengo con alguien más. Contigo.
El estómago me dio un vuelco. De repente el apetito desapareció y el rubor regresó a mis mejillas.
-¿P-porqué yo? Yo no soy nadie. Solo soy una chica más que vive sola y debe dinero a prácticamente todo Brooklyn. No lo comprendo ¿No tienes amigos? ¿Qué me dices de aquellos tres que estaban contigo la mañana del “accidente”?
-Esos son tan solo tres gilipollas más que les interesa el tamaño de mi cartera y que les presente chicas guapas. Si alguna vez me ocurriese algo, ellos se lavarían las manos, ¿comprendes? En mi “mundo” no existen los amigos de verdad.
Esa última frase me hizo reflexionar.
Me crucé de brazos y miré a James. Un James que pretendía ser sincero conmigo.
-¿Y qué te hace pensar que yo soy diferente? Estoy sin blanca y de la nada apareces tú con millones en los bolsillos. Puede que yo también sea una interesada.
-No lo eres.
La respuesta tan inmediata me dejó casi petrificada en la silla. Parecía estar seguro de lo que decía.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
-Lo noté. No aceptaste el seguro para la moto. Tampoco el trabajo que te ofrecí. Es más, incluso te sentiste ofendida. No todos hacen eso, Max.
-No me conoces. Hace tan solo unas horas pensaba en ti de ese modo. Únicamente acepto que compartamos apartamento por motivos económicos. Si no pago lo que debo me echarán a la calle.- Extrañamente, mis palabras y mi excesiva sinceridad no le afectaron.
Sonrió.
-¿Ves? Tus motivos son distintos. Lo haces por necesidad. Ellos… por vicio.- Se encogió de hombros y a continuación cogió una patata frita que se llevó a la boca mientras que yo le miraba e intentaba comprender su confuso análisis respecto a mi.
¿A caso no era lo mismo la necesidad y el vicio? La necesidad conducía al vicio y viceversa…
No quería etiquetarme de interesada, pero, debo admitir que el dinero fue lo primero que me vino a la cabeza esa mañana cuando apareció con su oferta.
Quitarme de encima al señor Franklin pagándole todo lo que le debía, y Steve…
-¿No comes?
Miré la hamburguesa intacta sobre la mesa, frente a mi.
Asentí y comencé a comerla con tranquilidad.
No volví a mencionar palabra mientras que almorzábamos. La seriedad de James me había dejado impresionada.
¿Porqué confiaba en mi con tanta facilidad? ¿Sería así con todo el mundo o solamente conmigo?
Él mismo había admitido que sus padres mucho caso no le hacían y que sus “amigos” en realidad no lo eran tanto.
¿Y Kyle? ¿Tampoco podía confiar en él?
¿Tan desesperado estaba que buscaba consuelo en una completa desconocida?
Muchas preguntas y muy poco tiempo para contestarlas a todas.
-Ya que no lo dices tú, lo haré yo ¿Cuáles son las condiciones?
-Aún no he pensado en ellas, pero… supongo que las que existen en todas las casas.
Había terminado mi hamburguesa hacía ya un rato y James devoraba la última patata cuando volvió a dirigirse a mi.
-¿Estás bien?
Asentí, aunque no muy conforme conmigo misma.
-Si.
-Vale, ¿Cuándo te vendría bien que me trasladase?
Suspiré profundamente y pensé.
Vaya, todo esto iba en serio. Aún no me lo creía…
-¿Saben tus padres que te marchas?
A sabiendas de que podría meterme en un lío, pregunté.
-No. Se lo diré hoy. Aunque con el caso que me hacen…
-Pues… entonces… ven esta noche. Trae únicamente lo que necesites y mañana vuelves y recoges tus cosas. Yo haré espacio en el armario. No es muy grande, pero nos las apañaremos.
-Qué decidida.
Me ruboricé. Ahora que lo pensaba, había sido demasiado impulsiva y James se dio cuenta.
¡Cualquiera lo habría notado, tonta!
Prácticamente les has lanzado las llaves de tu casa…

Sonrió y se levantó recogiendo la bandeja. Yo le imité.
Salimos del restaurante y miré hacia la calle. James había dejado el Volvo aparcado frente a la bombonería.
-¿Y el Ferrari?
-Lo he dejado en casa. El Volvo es de Kyle. Pensé que sería más discreto y no me odiarías tanto si prescindía de él unas cuantas horas.
Solté una risotada y ambos caminamos de vuelta a la bombonería.
El paseo fue más corto de lo que yo desearía. James sacó las llaves del coche y jugó con ellas entre los dedos.
-¿Te llevo a casa?
-No, gracias. No voy a casa. Quiero pasar por casa de mi madre. Bill me acercará en su camioneta después.
Se resistía a apretar el botón del mando del coche y yo, me resistía a marcharme. Le miré y me acerqué un paso.
Tuve que ponerme de puntillas para alcanzar su mejilla y besarlo.
El contacto fue breve, pero muy suave y eléctrico. Sentí el aroma a perfume de hombre y el sabor dulzón de la loción de afeitado en los labios.
Me ruboricé, agaché la cabeza y disimuladamente me mordí el labio inferior.
Ese beso no iba destinado a la mejilla…
James carraspeó y finalmente pulsó el botón del mando. El seguro del coche se desactivó con un “clic” y James abrió la puerta.
Me aparté y me atreví a mirarle desde la distancia. Como si eso disimulase mi rubor…
-Ten cuidado por el camino.
Me dijo. Sonrió y se metió en el coche. Cerró la puerta y antes de arrancar, me miró guiñándome un ojo.
-Tú también. Esta noche… te veo.
Aceleró y se marchó.

Yo me volví a sumergir en mis pensamientos. En ese beso que con tantas ganas le había dado.
¿Agradecimiento, tal vez?
¿Pena?
James era diferente, por completo, al chico que conocí hacía menos de una semana. Quería pensar que realmente él era así. Que no actuaba y que existía un James humano detrás de esa fachada de niño rico.

Tampoco quería esperanzarme.

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