CAPÍTULO 2
O Bill se estaba retrasando
mucho o yo había llegado demasiado temprano.
¿Cuántas veces había
mirado la hora en la pantalla táctil de mi móvil?
Eran la una y media
pasadas y Bill no daba señales de vida. Le había llamado tres o cuatro veces y
en todas me había saltado el contestador.
Pensé en dejarle un
mensaje de voz advirtiéndole de que me convertiría en su peor pesadilla. Pero
luego reparé en que a mi madre no le haría mucha gracia…
Me decidí por un sencillo
–pero significativo- “gracias por acordarte de mi”
Me guardé el móvil dentro
de la funda de la cámara y salí del parque. Se me pasó por la cabeza llamar a
Steven y me viniese a buscar, pero seguramente estaría entretenido con su nuevo
ligue y no era cuestión de estropearle la noche.
Iría andando. Mi
apartamento estaba a unas cuantas manzanas de Central Park y carecía del dinero
justo para un taxi. Y el próximo autobús no pasaba hasta las siete de la
mañana.
Si tuviese mi moto…
Y, pensar en mi moto me
hizo recordar al imbécil que la estropeó.
James. Ese era su nombre.
Un calor estremecedor
recorrió mi vientre al acordarme de él. De sus manos fuertes pero a la vez
delicadas sujetándome las muñecas. Su sonrisa pícara de niño bueno. Su cuerpo
contra el mío sobre el capó del coche. Sus ojos grises y su cabello rubio y
rebelde…
Vale. Tenía un grave
problema y es que me perdían los chicos guapos. Por que, si. Debía reconocerlo.
Además de ser un gilipollas egocéntrico, también era condenadamente guapo.
A diferencia de Steven
que poseía una belleza delicada y afeminada, James era salvajemente atractivo.
Al contrario de lo que
pudiese pensar la gente, los ojos grises de James eran cálidos. Más que
cálidos, eran ardientes.
Se me encogió el estómago
el pensar otra vez en él.
¡Despierta, Max! ÉL es el
enemigo. Por su culpa te encuentras en esta situación… y porque Bill se ha
olvidado de ti.
¡Pero el principal
causante de que estés sin moto y tirada en medio de la nada es de James y
solamente de él!
No podía permitirme el lujo
de bajar la guardia por muy guapo que fuese…
-¿Subes?
Andaba tan perdida en mis
pensamientos que no me había dado cuenta de que un coche se me había acercado
por un lado de la calzada. Me incliné un poco para mirar al conductor al otro
lado de la ventanilla abierta. Me sonrió y yo respondí de la misma manera.
-¿Podrías llevarme? Me
han dejado tirada y…
-¿Cuánto me costará a
parte de tus servicios?
Fruncí el ceño con
expresión interrogante en el rostro.
¿Qué? ¿Servicios? ¿De qué
servicios me estaba hablando?
Volví a inclinarme para
mirarlo, pero él estaba más entretenido contemplando otras cosas de mi
anatomía.
Entonces lo comprendí. El
vestido ceñido, los botines con tacones, el maquillaje y no había que olvidar
el significado que tiene para un hombre ver a una chica joven andando por la
calle sola y de madrugada.
-¿Me estás llamando puta?
-¿A caso no lo eres?
¡Bingo! A eso me refería.
Lentamente y con una
sonrisa angelical en mis labios, le enseñé el dedo corazón de mi mano derecha.
-Que-te-den.- Me aparté
del coche y no esperé a la reacción del degenerado que aún seguía con las
posaderas dentro del coche. -¡¿De qué vas, gilipollas, confundiéndome con una
puta?!- Grité y propiné una patada a la puerta del acompañante con la punta del
tacón grueso de mi bota.
El conductor salió del
coche echando pestes por la boca y agitando las
manos como un energúmeno.
Despotricaba sobre mi,
pero yo no podía quedarme calladita.
-¡La próxima vez te
meteré el tacón por el…- Apareció James de la nada. Me sujetó por un brazo y me
apartó bruscamente de cumplir mi próxima amenaza.
-Perdónala. En realidad
está enfadada conmigo.- Posó una de sus manos sobre la base de mi espalda,
empujándome prácticamente hacia el Ferrari que esperaba con el motor en marcha.
–Lo siento.- Volvió a disculparse.
-¿Por qué tienes que
pedir perdón tú por mi? Ese pedazo de…
-Entra en el coche,
¿quieres? Y deja de soltar tacos. Pareces un camionero.
-Yo solo conozco dos
idiomas; el normal y con tacos.- Repliqué.
¿Me estaba mandando
callar? Y no solo eso. Sino que lo consiguió.
A regañadientes, me metí
en el coche.
Miré a James desde el
asiento del pasajero y me preguntaba que le estaría diciendo a aquel tipo.
Observé sus movimientos. Como gesticulaba con las manos, como sonreía y le
extendía una tarjetita finalmente antes de regresar al coche.
Suspiré con fuerza,
apretando las rodillas, la una contra la otra. Tenía que aprender a controlar
mi temperamento o me traería graves problemas en el futuro.
James se acomodó frente
al volante y me miró, ceñudo.
-¿Qué?- Le solté con
brusquedad.
-¿Qué tienes en contra de
los coches?
-¿A qué viene esa
pregunta?- James dirigió la mirada al vehículo que abandonaba la calle. Lo
señaló, aunque ya había desaparecido por la bocacalle.
-Has dejado la marca de
tu bota en la puerta del acompañante. Me saldrá caro.- Me crucé de brazos y
removí los hombros incómoda.
-Nadie te ha pedido que
le pagues nada a ese tío.
-Ese tío, como tí dices,
estaba dispuesto a interponer una demanda contra ti por conducta violenta.-
Encogí los hombros y lo miré con una deja alzada.
-¿Y? Pues adelante. Que
lo haga. No le tengo miedo. Además, yo puedo denunciarlo también. Me a acosado
sexualmente.- Jame sonrió.
¿Se estaba riendo de mi?
Yo no le veía la gracia y menos cuando te confunden con una prostituta.
-Confundirte con una
señorita de compañía no se considera acoso sexual. Pero, olvídalo ya. Está
arreglado.- Le miré de reojo y debo reconocer que me impresionó con que
seguridad pronunció aquellas palabras. Me recordaba a un miembro de la mafia
italiana. Un Corleone, como en El Padrino.
“Que parezca un
accidente, Max”
-¿Qué era esa tarjeta que
le has dado?- No me contestó. Me dedicó una mirada rápida y después se abrochó
el cinturón de seguridad. Yo le imité, suponiendo que ya nos íbamos. Colocó las
manos en el volante y me miró nuevamente, de una manera relajada.
-¿Dónde vamos?- Le di mi
dirección y tomó la carretera hacia la zona residencial.
Me apreté contra el
asiento y me abracé a mi mochila, con la cámara dentro. Apoyé la frente en la
ventanilla y de vez en cuando miraba a James que conducía sin apartar los ojos
de la carretera.
Era prudente y
responsable. Pero un gilipollas más que escondía algo.
No quiso decirme que era
esa tarjeta y yo decidí no volver a preguntar, aunque me moría de la curiosidad.
El coche se detuvo frente
al edificio donde vivía. Me quité el cinturón, cogí mis bártulos y abrí la puerta.
-¿Es aquí dónde vives?-
James se había reclinado hacia mi lado y observaba con el ceño fruncido las
ventanas de cada apartamento.
-Es evidente.- Ladeé la
cabeza y le miré intrigada. -¿Esperabas otra cosa¿ ¿Una mansión, tal vez? ¿O un
castillo? Verás, James. No todos tenemos la misma suerte que tú.- Me miró con
gesto divertido.
Otra vez esa condenada
sonrisita…
¡No le mires, Max!
Aparté la mirada y puse
un pie sobre el asfalto. Ya se había burlado de mi lo suficiente.
-Espera. Espera.- Apremió
con tono conciliador y tomándome suavemente del hombro, deteniéndome en el
último segundo.
Nuestras miradas se
cruzaron y yo intenté parecer lo más serena
posible, aunque por dentro fuese una madeja de nervios. Tragué saliva y
esperé a que me dijese lo que tuviese que decirme.
-Me gusta este sitio. Y
me gusta que me llames por mi nombre.- Percibí un brillo diferente en sus ojos,
el tonito con el que había pronunciado esas palabras…
Vi que se aproximaba más
a mi, inclinando su rostro hacia el mío. Olía a perfume masculino y loción de
afeitado. Un olor embriagador si no estuviese aún enfadada por lo ocurrido a mi
moto, lo que sucedió en Central Park y el payaso que me insinuó que me bajase
las bragas.
-Pues a mi no me gusta tu
coche, ni tu prepotencia, ni tus millones, ni tu grupito de amigos; “o sea, ¿me
entiendes?”- Me burlé y salí del coche. Le dejé preparado, con la boquita de
piñón esperando un beso que ni loca le daría.
-¡Oh! Por cierto. Tampoco
me gustas tú.- Le dije eso último cerrando la puerta de golpe. James soltó un
“¡ja, ja!”, poco creíble.
-Te he traído a casa, ¿no
me invitas a subir?
-¿Qué parte no has
entendido?- Apoyé las manos sobre la capota negra del Ferrari y le miré
incrédula.
-Necesito ir al baño.
Asentí.
-Bueno. Esa es la ventaja
de tener un deportivo descapotable y de doscientos caballos. Pisa el acelerador
a tope y llegarás a casa volando. Y si ves que no te aguantas, saca la colita
por la ventanilla.- Y me aparté del
coche dándole una palmadita a la capota como si se tratase del lomo de un
perro. Le escuche suspirar tendido y yo sonreí triunfal de camino al portal.
Los neumáticos chirriaron
contra el asfalto y patinaron cuando James apretó el acelerador y volvió de
regreso a casa.
Lo vi alejarse desde el
umbral del portal y me pregunté si volvería a verlo.
Esa noche no conseguí
dormir del tirón. Di cabezadas, me levanté en la madrugada, di unas cuantas
vueltas por la azotea del edificio…
Y todo por culpa de él.
De James.
No conseguía quitármelo
de la cabeza.
Cerraba los ojos y allí
estaba, con su impecable sonrisa y su mirada gris, pero viva. A pesar de todo fui a trabajar y después al
taller como acordé con Steven.
Empujé la moto hasta el
interior del taller bañado por el ardiente y pegadizo sol de medio día. Era
sofocante por culpa del calor que desprendía la Uralita y más a aquellas horas
del día.
Steve apareció de
inmediato, con su común indumentaria de trabajo. Llevaba un mono de color verde
con innumerables manchas de aceite y rotos por todas partes, desgastado de
tanto remiendo.
La parte superior la
había anudado a su cintura y lucía una engrasada camiseta de tirantes gruesos
–que en su día fue blanca- que marcaba su increíblemente trabajado pecho.
Se limpiaba las manos con
un trapo que dejó descansar sobre su hombro derecho mientras se acercaba hasta
mi.
-Aquí está. Y, Steve,
prometo pagarte todo lo que te debo. No sé de donde sacaré el dinero, pero haré
lo que sea.- Simplemente me sonrió.- Por favor, dime algo.- Revolvió mi
flequillo arrancándome una sonrisa sincera.
-No le des más vueltas y
deja que eche un vistazo a la moto. Ya hablaremos más tarde de cómo podrás
compensarme.- Levantó una ceja.
Oh, no. Eso nunca fue
buena señal. Steve tramaba algo…
Me aparté de la Honda y
le seguí hasta el otro costado. Apoyé los codos sobre el asiento de la moto y
le miré.
-¿Qué tienes pensado?- Le
pregunté en voz baja y con curiosidad.
-Que impaciente eres.- Me
mordí suavemente el labio, encogiendo los hombros en un gesto infantil y
travieso.
-¿Te acuerdas del chico
con el que me fui ayer por la noche?
Como para olvidarlo. Me
dejaste prácticamente tirada por él…
-Si. Claro.
-Pues me ha dado unas
entradas para ir esta noche al People Center. Le comenté que eras una buena
amiga y que no pensaba ir a ese local sin ti.
-No le diste más opción y
me ha invitado por obligación, ¿verdad?
Steve guardó silencio y
se agachó ante la Honda. Zarandeó la cabeza de un lado a otro, sopesando mis
deducciones.
Te pillé, Steve.
-No. Bueno…- Dudó y me
sonrió.- Digamos que le amenacé. Solo un poquito.- Solté una risotada.
-¿Qué le dijiste?- ¿En
serio quería saberlo?
-O me daba una invitación
más o le privaría e disfrutar de mi agradable compañía.- Puse los ojos en
blanco y sonreí nuevamente.
-Castigar a tus ligues
sin sexo también es una manera de auto castigarte tú.- Se levantó y me besó en
la mejilla.
-Así sabrás que puedo
renunciar a cualquier cosa por ti.- Le miré, entrecerrando los ojos.
-Eso ya lo sé.- Me aparté
de la moto dejando espacio para que Steve trabajase a gusto. Apoyé la espalda
contra un estante empotrado y repleto de botes de aceite, carburante…
-¿Y tú qué tal anoche?
¿Cazaste algo interesante? Me refiero con tu cámara. Aunque no te cortes con los
detalles guarros.- Reí con sarcasmo y me crucé de brazos.
Últimamente ese gesto se
estaba convirtiendo en mi mecanismo de defensa.
-Hice algunas fotos.
Paseé y volví a casa.- Me encogí de hombros y preferí omitir algunos detalles
que me prohibí a mi misma a recordar.
-¿Cómo volviste a casa
sin la moto?
-Igual que fui. En coche.
Bill me llevó a Central Park… aunque el muy capullo se olvidó de recogerme.
-¿Y qué hiciste?
¿Volviste en taxi?
Había metido la pata. Me
fui de la lengua y ahora no tenía más remedio que contarle todo. Eso o Steve
era muy intuitivo para estas cosas.
No. Yo había metido la
pata.
-No. Volví en coche. Ya
te lo he dicho.
-¿En el coche de quién,
Maximill?- Utilizó mi nombre completo notando cierto desdén en la voz.
¡Cómo odiaba que me llamase
así!
Suspiré y Steve dejó las
herramientas para hacer notar más su enojo y a mi exasperarme.
-¿Por qué me llamas por
mi nombre completo? Sabes que lo odio.- Mis intentos por desviar la atención de
Steven hacia otro punto de la conversación como lo mucho que me fastidiaba que
me llamase Maximill, se vieron ofuscados por su increíble destreza.
¿A qué madre se le
ocurría bautizar a su primogénita con ese nombre? A una no muy cuerda…
-¿Quién te llevó a casa?
¿Por qué insistía tanto?
¿Y por qué a mi me costaba contarle la verdad?
A mi mente regresaron las
imágenes de James.
Sentí un escalofrío que
me enervó todo el cuerpo.
-Vale, está bien. Fue…
James.- Guardé silencio y miré a Steve. Él también mantenía la boca cerrada.
Levantó las cejas e intenté centrarme en el sonido de los pulidores, las
radiales, las conversaciones ajenas…
-¿Y quién es James?
La pregunta del millón…
-Un… chico.
-¿Por qué me da la
sensación de que no lo pones fácil?- Desvié la mirada a mis pies. Me mordí el
labio inferior.
-Oye, si se trata de
algún friki al que le gustan los juegos de Dragones y Mazmorras o un
sadomasoquista como en esa novela de E.L. James…
-No. No es ningún friki
ni un masoquista… es… el mismo chico que me jodió la moto.
-¿El capullo del Ferrari?
N o sé que es peor. Creo que preferiría al friki. O al masoquista. Al menos lo
habrías pasando bien.- Se rió.
Pero a mi no me hizo
ninguna gracia. Me sentía… me había sentido atraída por él.
-No me quedó de otra.
Bill me dejó tirada y él se ofreció a ayudarme. No me apetecía volver a casa
andando tan tarde.- Traté de excusarme. Pero no sería suficiente para Steven. Su sonrisa pícara lo decía todo.
-Si. Imagina lo que
hubiese podido pasar. Que te confundiesen con una prostituta, por ejemplo.
Le miré de reojo y
suspiré profundamente.
¿Tanto se me notaba?
Volví a desviar la mirada
hacia un lado. Había un periódico reposando sobre una polvorienta caja roja de
herramientas. Me acerqué y lo cogí. Me fijé en la foto de la portada.
-Espero que al menos
fuese guapo.
Prácticamente planté el
periódico ante sus ojos.
-Descúbrelo por ti
mismo.- Steven agarró el periódico arrebatándomelo de entre los dedos. Sus ojos
fueron abriéndose progresivamente a medida que ojeaba la foto.
-No.
Asentí gravemente.
-Si. Eso me temo.
Se levantó de inmediato y
soltó una carcajada algo exagerada.
-No me lo creo ¿Te
refieres a éste James? ¿Al de la foto?
-Estoy tan consternada
como tú.- Si no fuese por la fotografía y el artículo del periódico, jamás
habría imaginado de quién se trataba. Pero allí estaba. Posando y estrechándole
la mano al cantante Phil Collins en la entrega benéfica de los premios de la
música que se celebró el mes pasado.
Era James. Un James
vestido de traje con americana negra y camisa azul oscura. Con el pelo
delicadamente engominado hacia atrás y su peculiar sonrisa.
-James C. Steel te llevó
a casa ¡Vaya!- Steven estaba maravillado, revoloteaba a mi alrededor como una
mariposa en busca de un rico néctar al que poder hincarle el diente.
-Es toda una casualidad,
¿sabes?
-¿El qué?- Pregunté
teniendo miedo de lo que se le hubiese podido ocurrir a mi amigo medio indio.
-El chico que conocí
anoche se llamaba Kyle Steel. Es el hermano de tu James.
-¡¿Mi James?!- Me
escandalicé con las inoportunas palabras del loco Steve.
-Por supuesto que “tú James”.
Es la primera vez que un chico que no sea Bill, tu padre o yo te lleva en
coche, ¿y no te lo tiraste?- La ilusión de Steven crecía a medida que mi
autoestima menguaba.
No. No me había acostado
con él… y ganas no me faltaban. En definitiva, ¿cuánto tiempo hacía que no
echaba un buen polvo?
-Claro que no. Tengo por
costumbre no liarme con gilipollas.-
-Entonces comprendo
porque no follas nunca.
Le tiré un trapo sucio y
me reí. Él me restregó la hoja del periódico por la cara y yo lo aparté de un
manotazo. El periódico cayó al suelo y alguien lo recogió. Centró sus ojos
grises en la lectura de la portada.
-Humm… esta foto no me
beneficia para nada. Fíjate en Collins. Tan elegante y recto. Y yo parece que
tengo chepa.
Las risas cesaron y el
rostro de Steven se convirtió en ilusión.
Me giré y miré
directamente a James.
¿Qué hacía aquí? ¿Me
estaba siguiendo?
-¿Qué haces aquí?-
Pregunté de manera brusca. Steven carraspeó disimuladamente y me miró de reojo.
Sabía lo que significaba esa señal. Steven quería que fuese más amable con
James por ser quién era; el hijo del rico empresario y dueño de la principal
discografía mundial Steel Music S.A
George C. Steel.
Pero yo me pasaba los
títulos por la planta del pie. No por ello iba a ser menos borde.
-¿Me estás siguiendo?
Porque, si es así, la comisaría no queda muy lejos y podrían detenerte por
acosador.- Me crucé de brazos y le planté cara. Él hizo uso de su mejor arma:
su sonrisa. Y su indiferencia. Pasó por mi lado y se acercó a la moto
olvidándose completamente de mi.
-¿Qué tal va la
reparación? ¿Ya funciona?
Se había agachado delante
de la abolladura que aún presentaba el costado de mi moto. Se hizo el
interesado cuando realmente le importaba una mierda si arrancaba o no.
-Podemos comprobarlo. Yo
me subo a la moto, tú te agachas, aprieto el acelerador y si se te mete por el…
- Steve me dio un fuerte codazo que me desequilibró y cortó las palabras. Le
dediqué a mi no tan mejor amigo una mirada fulminante. Él negó con la cabeza y
suspiré intentando tranquilizarme y tomar el control antes de que mi
temperamento lo hiciese. -Aún no lo sé. Steve estaba a punto de ponerse con
ella. Por cierto. Él es Steve.- Señalé al susodicho que estrechó la mano con la
de James.
-Steven. Tu nombre me
suena mucho. Mi hermano se ha pasado toda la mañana hablando de un tal Steven
que se dedica al negocio de la mecánica y que tiene como amiga a una fanática
de la fotografía. Y además, es motera.
-Qué coincidencia.- Dije
con una emoción claramente fingida.
-¿De verdad? ¿Kyle te ha
hablado de mi?- Steven solo escuchó lo que le interesaba. Le brillaban los
ojos, la sonrisa no le cabía en el rostro y le veía capaz de saltar de euforia
en cualquier momento.
Me lo imaginaba brincando
a nuestro alrededor como un niño pequeño, contento con su juguetito nuevo.
James asintió y Steven
contuvo un grito de alegría en la garganta.
-Iréis al People Center,
me imagino. Kyle de seguro te habrá dado entradas para ti y para Max.-
Pronunció mi nombre, por segunda vez en lo poco que nos conocíamos. Arrastró la
única sílaba, con jugueteo y seducción y a mi se me puso la piel de gallina.
Sacudí los hombros y abrí
la boca para reprochar, pero Steven se adelantó.
-Si, claro. Kyle me las
dio. Max y yo pensábamos ir esta noche.- Me rodeó los hombros y me sonrió con
aprobación. Daba por hecho que yo iría a ese local de moda. Suspiré y alcé las
cejas.
-Por supuesto ¿Quién
puede resistirse a una noche de alcohol y música tecno?
-Entonces nos vemos allí.-
Dejó el periódico sobre la moto, me guiñó un ojo y se largó. Lo miré mientras
se alejaba hacia los portones abiertos del taller sin darme cuenta de que Steve
me miraba a mi.
Suspiré y me relajé
cuando Don Perfecto se marchó definitivamente.
Mi mirada se cruzó con la
de Steven. Aprecié por lo fuerte que apretaba los labios, que ese mamarracho
estaba conteniendo la risa.
-Suéltalo ya.- Puse los
ojos en blanco y di rienda suelta a las bromas de Steven.
-¿Es qué no te has dado
cuenta, Maxy? Ese tío. Ese… Dios está que se muere por ti.- Ahora la que se reía
era yo.
-No digas chorradas. Ese tipo
de chico sólo se muere por una persona, y es él mismo. Los demás son
indiferentes. A no ser que lleves un fajo de billetes en el bolsillo o seas una
modelo con la cabeza hueca.- Encogí los hombros.
Steven estaba derrotado.
Y con derrotado no me refería a cansado físicamente. Steve era capaz de
resistir carros y carretas. Era yo quién chupaba su energía vital y agotaba su
paciencia.
Llevaba ya algún tiempo
buscándome novio y todos los tíos que me había presentado, siempre tenían algo
que yo rechazaba. Incluso si el chico era realmente agradable o tan guapo como
James.
Me las apañaba para
convencer a Steven de que no era mi mejor opción. Tener una relación te
obligaba a atarte –aunque fuese involuntariamente- a un tío y eso te priva de
libertades. Es cierto que no todo era negativo. Estaba el sexo, por ejemplo.
-Lo que tú digas, Max.
Pero yo que tú le echaba el lazo antes de que alguna otra se te adelante.-
Regresó a sus quehaceres. Parecía resignado y a la vez enfadado conmigo. No había
tenido muy buenas experiencias con los
hombres. Desde bien pequeña tuve que tragar como mi madre parecía
iniciar una nueva relación y al cabo de una semana, la abandonaba como a un
perro.
No. Definitivamente yo
jamás me ataría a un hombre. Y mucho menos a uno que le da más importancia al dinero que a lo que le rodea.
-Tengo que irme ya. Me
gustaría ver a mi madre un rato antes de salir esta noche ¿Nos veremos luego?
-Iré a buscarte a eso de
las diez. Ponte guapa.- Me sonrió con naturalidad y entonces surgió la pregunta
que toda mujer se hace alguna vez en la vida; ¿qué me pondría esta noche?
No hay comentarios:
Publicar un comentario