miércoles, 30 de octubre de 2013

CAPITULO 2

CAPÍTULO 2



O Bill se estaba retrasando mucho o yo había llegado demasiado temprano.
¿Cuántas veces había mirado la hora en la pantalla táctil de mi móvil?
Eran la una y media pasadas y Bill no daba señales de vida. Le había llamado tres o cuatro veces y en todas me había saltado el contestador.
Pensé en dejarle un mensaje de voz advirtiéndole de que me convertiría en su peor pesadilla. Pero luego reparé en que a mi madre no le haría mucha gracia…
Me decidí por un sencillo –pero significativo- “gracias por acordarte de mi”
Me guardé el móvil dentro de la funda de la cámara y salí del parque. Se me pasó por la cabeza llamar a Steven y me viniese a buscar, pero seguramente estaría entretenido con su nuevo ligue y no era cuestión de estropearle la noche.
Iría andando. Mi apartamento estaba a unas cuantas manzanas de Central Park y carecía del dinero justo para un taxi. Y el próximo autobús no pasaba hasta las siete de la mañana.
Si tuviese mi moto…
Y, pensar en mi moto me hizo recordar al imbécil que la estropeó.
James. Ese era su nombre.
Un calor estremecedor recorrió mi vientre al acordarme de él. De sus manos fuertes pero a la vez delicadas sujetándome las muñecas. Su sonrisa pícara de niño bueno. Su cuerpo contra el mío sobre el capó del coche. Sus ojos grises y su cabello rubio y rebelde…
Vale. Tenía un grave problema y es que me perdían los chicos guapos. Por que, si. Debía reconocerlo. Además de ser un gilipollas egocéntrico, también era condenadamente guapo.
A diferencia de Steven que poseía una belleza delicada y afeminada, James era salvajemente atractivo.
Al contrario de lo que pudiese pensar la gente, los ojos grises de James eran cálidos. Más que cálidos, eran ardientes.
Se me encogió el estómago el pensar otra vez en él.
¡Despierta, Max! ÉL es el enemigo. Por su culpa te encuentras en esta situación… y porque Bill se ha olvidado de ti.
¡Pero el principal causante de que estés sin moto y tirada en medio de la nada es de James y solamente de él!
No podía permitirme el lujo de bajar la guardia por muy guapo que fuese…
-¿Subes?
Andaba tan perdida en mis pensamientos que no me había dado cuenta de que un coche se me había acercado por un lado de la calzada. Me incliné un poco para mirar al conductor al otro lado de la ventanilla abierta. Me sonrió y yo respondí de la misma manera.
-¿Podrías llevarme? Me han dejado tirada y…
-¿Cuánto me costará a parte de tus servicios?
Fruncí el ceño con expresión interrogante en el rostro.
¿Qué? ¿Servicios? ¿De qué servicios me estaba hablando?
Volví a inclinarme para mirarlo, pero él estaba más entretenido contemplando otras cosas de mi anatomía.
Entonces lo comprendí. El vestido ceñido, los botines con tacones, el maquillaje y no había que olvidar el significado que tiene para un hombre ver a una chica joven andando por la calle sola y de madrugada.
-¿Me estás llamando puta?
-¿A caso no lo eres?
¡Bingo! A eso me refería.
Lentamente y con una sonrisa angelical en mis labios, le enseñé el dedo corazón de mi mano derecha.
-Que-te-den.- Me aparté del coche y no esperé a la reacción del degenerado que aún seguía con las posaderas dentro del coche. -¡¿De qué vas, gilipollas, confundiéndome con una puta?!- Grité y propiné una patada a la puerta del acompañante con la punta del tacón grueso de mi bota.
El conductor salió del coche echando pestes por la boca y agitando las  manos como un energúmeno.
Despotricaba sobre mi, pero yo no podía quedarme calladita.
-¡La próxima vez te meteré el tacón por el…- Apareció James de la nada. Me sujetó por un brazo y me apartó bruscamente de cumplir mi próxima amenaza.
-Perdónala. En realidad está enfadada conmigo.- Posó una de sus manos sobre la base de mi espalda, empujándome prácticamente hacia el Ferrari que esperaba con el motor en marcha. –Lo siento.- Volvió a disculparse.
-¿Por qué tienes que pedir perdón tú por mi? Ese pedazo de…
-Entra en el coche, ¿quieres? Y deja de soltar tacos. Pareces un camionero.
-Yo solo conozco dos idiomas; el normal y con tacos.- Repliqué.
¿Me estaba mandando callar? Y no solo eso. Sino que lo consiguió.
A regañadientes, me metí en el coche.
Miré a James desde el asiento del pasajero y me preguntaba que le estaría diciendo a aquel tipo. Observé sus movimientos. Como gesticulaba con las manos, como sonreía y le extendía una tarjetita finalmente antes de regresar al coche.
Suspiré con fuerza, apretando las rodillas, la una contra la otra. Tenía que aprender a controlar mi temperamento o me traería graves problemas en el futuro.
James se acomodó frente al volante y me miró, ceñudo.
-¿Qué?- Le solté con brusquedad.
-¿Qué tienes en contra de los coches?
-¿A qué viene esa pregunta?- James dirigió la mirada al vehículo que abandonaba la calle. Lo señaló, aunque ya había desaparecido por la bocacalle.
-Has dejado la marca de tu bota en la puerta del acompañante. Me saldrá caro.- Me crucé de brazos y removí los hombros incómoda.
-Nadie te ha pedido que le pagues nada a ese tío.
-Ese tío, como tí dices, estaba dispuesto a interponer una demanda contra ti por conducta violenta.- Encogí los hombros y lo miré con una deja alzada.
-¿Y? Pues adelante. Que lo haga. No le tengo miedo. Además, yo puedo denunciarlo también. Me a acosado sexualmente.- Jame sonrió.
¿Se estaba riendo de mi? Yo no le veía la gracia y menos cuando te confunden con una prostituta.
-Confundirte con una señorita de compañía no se considera acoso sexual. Pero, olvídalo ya. Está arreglado.- Le miré de reojo y debo reconocer que me impresionó con que seguridad pronunció aquellas palabras. Me recordaba a un miembro de la mafia italiana. Un Corleone, como en El Padrino.
“Que parezca un accidente, Max”
-¿Qué era esa tarjeta que le has dado?- No me contestó. Me dedicó una mirada rápida y después se abrochó el cinturón de seguridad. Yo le imité, suponiendo que ya nos íbamos. Colocó las manos en el volante y me miró nuevamente, de una manera relajada.
-¿Dónde vamos?- Le di mi dirección y tomó la carretera hacia la zona residencial.
Me apreté contra el asiento y me abracé a mi mochila, con la cámara dentro. Apoyé la frente en la ventanilla y de vez en cuando miraba a James que conducía sin apartar los ojos de la carretera.
Era prudente y responsable. Pero un gilipollas más que escondía algo.
No quiso decirme que era esa tarjeta y yo decidí no volver a preguntar, aunque me moría de la curiosidad.


El coche se detuvo frente al edificio donde vivía. Me quité el cinturón, cogí mis bártulos  y abrí la puerta.
-¿Es aquí dónde vives?- James se había reclinado hacia mi lado y observaba con el ceño fruncido las ventanas de cada apartamento.
-Es evidente.- Ladeé la cabeza y le miré intrigada. -¿Esperabas otra cosa¿ ¿Una mansión, tal vez? ¿O un castillo? Verás, James. No todos tenemos la misma suerte que tú.- Me miró con gesto divertido.
Otra vez esa condenada sonrisita…
¡No le mires, Max!
Aparté la mirada y puse un pie sobre el asfalto. Ya se había burlado de mi lo suficiente.
-Espera. Espera.- Apremió con tono conciliador y tomándome suavemente del hombro, deteniéndome en el último segundo.
Nuestras miradas se cruzaron y yo intenté parecer lo más serena  posible, aunque por dentro fuese una madeja de nervios. Tragué saliva y esperé a que me dijese lo que tuviese que decirme.
-Me gusta este sitio. Y me gusta que me llames por mi nombre.- Percibí un brillo diferente en sus ojos, el tonito con el que había pronunciado esas palabras…
Vi que se aproximaba más a mi, inclinando su rostro hacia el mío. Olía a perfume masculino y loción de afeitado. Un olor embriagador si no estuviese aún enfadada por lo ocurrido a mi moto, lo que sucedió en Central Park y el payaso que me insinuó que me bajase las bragas.
-Pues a mi no me gusta tu coche, ni tu prepotencia, ni tus millones, ni tu grupito de amigos; “o sea, ¿me entiendes?”- Me burlé y salí del coche. Le dejé preparado, con la boquita de piñón esperando un beso que ni loca le daría.
-¡Oh! Por cierto. Tampoco me gustas tú.- Le dije eso último cerrando la puerta de golpe. James soltó un “¡ja, ja!”, poco creíble.
-Te he traído a casa, ¿no me invitas a subir?
-¿Qué parte no has entendido?- Apoyé las manos sobre la capota negra del Ferrari y le miré incrédula.
-Necesito ir al baño.
Asentí.
-Bueno. Esa es la ventaja de tener un deportivo descapotable y de doscientos caballos. Pisa el acelerador a tope y llegarás a casa volando. Y si ves que no te aguantas, saca la colita por la ventanilla.-  Y me aparté del coche dándole una palmadita a la capota como si se tratase del lomo de un perro. Le escuche suspirar tendido y yo sonreí triunfal de camino al portal.
Los neumáticos chirriaron contra el asfalto y patinaron cuando James apretó el acelerador y volvió de regreso a casa.
Lo vi alejarse desde el umbral del portal y me pregunté si volvería a verlo.
Esa noche no conseguí dormir del tirón. Di cabezadas, me levanté en la madrugada, di unas cuantas vueltas por la azotea del edificio…
Y todo por culpa de él. De James.
No conseguía quitármelo de la cabeza.
Cerraba los ojos y allí estaba, con su impecable sonrisa y su mirada gris, pero viva.  A pesar de todo fui a trabajar y después al taller como acordé con Steven.
Empujé la moto hasta el interior del taller bañado por el ardiente y pegadizo sol de medio día. Era sofocante por culpa del calor que desprendía la Uralita y más a aquellas horas del día.
Steve apareció de inmediato, con su común indumentaria de trabajo. Llevaba un mono de color verde con innumerables manchas de aceite y rotos por todas partes, desgastado de tanto remiendo.
La parte superior la había anudado a su cintura y lucía una engrasada camiseta de tirantes gruesos –que en su día fue blanca- que marcaba su increíblemente trabajado pecho.
Se limpiaba las manos con un trapo que dejó descansar sobre su hombro derecho mientras se acercaba hasta mi.
-Aquí está. Y, Steve, prometo pagarte todo lo que te debo. No sé de donde sacaré el dinero, pero haré lo que sea.- Simplemente me sonrió.- Por favor, dime algo.- Revolvió mi flequillo arrancándome una sonrisa sincera.
-No le des más vueltas y deja que eche un vistazo a la moto. Ya hablaremos más tarde de cómo podrás compensarme.- Levantó una ceja.
Oh, no. Eso nunca fue buena señal. Steve tramaba algo…
Me aparté de la Honda y le seguí hasta el otro costado. Apoyé los codos sobre el asiento de la moto y le miré.
-¿Qué tienes pensado?- Le pregunté en voz baja y con curiosidad.
-Que impaciente eres.- Me mordí suavemente el labio, encogiendo los hombros en un gesto infantil y travieso.
-¿Te acuerdas del chico con el que me fui ayer por la noche?
Como para olvidarlo. Me dejaste prácticamente tirada por él…
-Si. Claro.
-Pues me ha dado unas entradas para ir esta noche al People Center. Le comenté que eras una buena amiga y que no pensaba ir a ese local sin ti.
-No le diste más opción y me ha invitado por obligación, ¿verdad?
Steve guardó silencio y se agachó ante la Honda. Zarandeó la cabeza de un lado a otro, sopesando mis deducciones.
Te pillé, Steve.
-No. Bueno…- Dudó y me sonrió.- Digamos que le amenacé. Solo un poquito.- Solté una risotada.
-¿Qué le dijiste?- ¿En serio quería saberlo?
-O me daba una invitación más o le privaría e disfrutar de mi agradable compañía.- Puse los ojos en blanco y sonreí nuevamente.
-Castigar a tus ligues sin sexo también es una manera de auto castigarte tú.- Se levantó y me besó en la mejilla.
-Así sabrás que puedo renunciar a cualquier cosa por ti.- Le miré, entrecerrando los ojos.
-Eso ya lo sé.- Me aparté de la moto dejando espacio para que Steve trabajase a gusto. Apoyé la espalda contra un estante empotrado y repleto de botes de aceite, carburante…
-¿Y tú qué tal anoche? ¿Cazaste algo interesante? Me refiero con tu cámara. Aunque no te cortes con los detalles guarros.- Reí con sarcasmo y me crucé de brazos.
Últimamente ese gesto se estaba convirtiendo en mi mecanismo de defensa.
-Hice algunas fotos. Paseé y volví a casa.- Me encogí de hombros y preferí omitir algunos detalles que me prohibí a mi misma a recordar.
-¿Cómo volviste a casa sin la moto?
-Igual que fui. En coche. Bill me llevó a Central Park… aunque el muy capullo se olvidó de recogerme.
-¿Y qué hiciste? ¿Volviste en taxi?
Había metido la pata. Me fui de la lengua y ahora no tenía más remedio que contarle todo. Eso o Steve era muy intuitivo para estas cosas.
No. Yo había metido la pata.
-No. Volví en coche. Ya te lo he dicho.
-¿En el coche de quién, Maximill?- Utilizó mi nombre completo notando cierto desdén en la voz.
¡Cómo odiaba que me llamase así!
Suspiré y Steve dejó las herramientas para hacer notar más su enojo y a mi exasperarme.
-¿Por qué me llamas por mi nombre completo? Sabes que lo odio.- Mis intentos por desviar la atención de Steven hacia otro punto de la conversación como lo mucho que me fastidiaba que me llamase Maximill, se vieron ofuscados por su increíble destreza.
¿A qué madre se le ocurría bautizar a su primogénita con ese nombre? A una no muy cuerda…
-¿Quién te llevó a casa?
¿Por qué insistía tanto? ¿Y por qué a mi me costaba contarle la verdad?
A mi mente regresaron las imágenes de James.
Sentí un escalofrío que me enervó todo el cuerpo.
-Vale, está bien. Fue… James.- Guardé silencio y miré a Steve. Él también mantenía la boca cerrada. Levantó las cejas e intenté centrarme en el sonido de los pulidores, las radiales, las conversaciones ajenas…
-¿Y quién es James?
La pregunta del millón…
-Un… chico.
-¿Por qué me da la sensación de que no lo pones fácil?- Desvié la mirada a mis pies. Me mordí el labio inferior.
-Oye, si se trata de algún friki al que le gustan los juegos de Dragones y Mazmorras o un sadomasoquista como en esa novela de E.L. James…
-No. No es ningún friki ni un masoquista… es… el mismo chico que me jodió la moto.
-¿El capullo del Ferrari? N o sé que es peor. Creo que preferiría al friki. O al masoquista. Al menos lo habrías pasando bien.- Se rió.
Pero a mi no me hizo ninguna gracia. Me sentía… me había sentido atraída por él.
-No me quedó de otra. Bill me dejó tirada y él se ofreció a ayudarme. No me apetecía volver a casa andando tan tarde.- Traté de excusarme. Pero no sería suficiente para  Steven. Su sonrisa pícara lo decía todo.
-Si. Imagina lo que hubiese podido pasar. Que te confundiesen con una prostituta, por ejemplo.
Le miré de reojo y suspiré profundamente.
¿Tanto se me notaba?
Volví a desviar la mirada hacia un lado. Había un periódico reposando sobre una polvorienta caja roja de herramientas. Me acerqué y lo cogí. Me fijé en la foto de la portada.
-Espero que al menos fuese guapo.
Prácticamente planté el periódico ante sus ojos.
-Descúbrelo por ti mismo.- Steven agarró el periódico arrebatándomelo de entre los dedos. Sus ojos fueron abriéndose progresivamente a medida que ojeaba la foto.
-No.
Asentí gravemente.
-Si. Eso me temo.
Se levantó de inmediato y soltó una carcajada algo exagerada.
-No me lo creo ¿Te refieres a éste James? ¿Al de la foto?
-Estoy tan consternada como tú.- Si no fuese por la fotografía y el artículo del periódico, jamás habría imaginado de quién se trataba. Pero allí estaba. Posando y estrechándole la mano al cantante Phil Collins en la entrega benéfica de los premios de la música que se celebró el mes pasado.
Era James. Un James vestido de traje con americana negra y camisa azul oscura. Con el pelo delicadamente engominado hacia atrás y su peculiar sonrisa.
-James C. Steel te llevó a casa ¡Vaya!- Steven estaba maravillado, revoloteaba a mi alrededor como una mariposa en busca de un rico néctar al que poder hincarle el diente.
-Es toda una casualidad, ¿sabes?
-¿El qué?- Pregunté teniendo miedo de lo que se le hubiese podido ocurrir a mi amigo medio indio.
-El chico que conocí anoche se llamaba Kyle Steel. Es el hermano de tu James.
-¡¿Mi James?!- Me escandalicé con las inoportunas palabras del loco Steve.
-Por supuesto que “tú James”. Es la primera vez que un chico que no sea Bill, tu padre o yo te lleva en coche, ¿y no te lo tiraste?- La ilusión de Steven crecía a medida que mi autoestima menguaba.
No. No me había acostado con él… y ganas no me faltaban. En definitiva, ¿cuánto tiempo hacía que no echaba un buen polvo?
-Claro que no. Tengo por costumbre no liarme con gilipollas.-
-Entonces comprendo porque no follas nunca.
Le tiré un trapo sucio y me reí. Él me restregó la hoja del periódico por la cara y yo lo aparté de un manotazo. El periódico cayó al suelo y alguien lo recogió. Centró sus ojos grises en la lectura de la portada.
-Humm… esta foto no me beneficia para nada. Fíjate en Collins. Tan elegante y recto. Y yo parece que tengo chepa.
Las risas cesaron y el rostro de Steven se convirtió en ilusión.
Me giré y miré directamente a James.
¿Qué hacía aquí? ¿Me estaba siguiendo?
-¿Qué haces aquí?- Pregunté de manera brusca. Steven carraspeó disimuladamente y me miró de reojo. Sabía lo que significaba esa señal. Steven quería que fuese más amable con James por ser quién era; el hijo del rico empresario y dueño de la principal discografía mundial Steel Music S.A
George C. Steel.
Pero yo me pasaba los títulos por la planta del pie. No por ello iba a ser menos borde.
-¿Me estás siguiendo? Porque, si es así, la comisaría no queda muy lejos y podrían detenerte por acosador.- Me crucé de brazos y le planté cara. Él hizo uso de su mejor arma: su sonrisa. Y su indiferencia. Pasó por mi lado y se acercó a la moto olvidándose completamente de mi.
-¿Qué tal va la reparación? ¿Ya funciona?
Se había agachado delante de la abolladura que aún presentaba el costado de mi moto. Se hizo el interesado cuando realmente le importaba una mierda si arrancaba o no.
-Podemos comprobarlo. Yo me subo a la moto, tú te agachas, aprieto el acelerador y si se te mete por el… - Steve me dio un fuerte codazo que me desequilibró y cortó las palabras. Le dediqué a mi no tan mejor amigo una mirada fulminante. Él negó con la cabeza y suspiré intentando tranquilizarme y tomar el control antes de que mi temperamento lo hiciese. -Aún no lo sé. Steve estaba a punto de ponerse con ella. Por cierto. Él es Steve.- Señalé al susodicho que estrechó la mano con la de James.
-Steven. Tu nombre me suena mucho. Mi hermano se ha pasado toda la mañana hablando de un tal Steven que se dedica al negocio de la mecánica y que tiene como amiga a una fanática de la fotografía. Y además, es motera.
-Qué coincidencia.- Dije con una emoción claramente fingida.
-¿De verdad? ¿Kyle te ha hablado de mi?- Steven solo escuchó lo que le interesaba. Le brillaban los ojos, la sonrisa no le cabía en el rostro y le veía capaz de saltar de euforia en cualquier momento.
Me lo imaginaba brincando a nuestro alrededor como un niño pequeño, contento con su juguetito nuevo.
James asintió y Steven contuvo un grito de alegría en la garganta.
-Iréis al People Center, me imagino. Kyle de seguro te habrá dado entradas para ti y para Max.- Pronunció mi nombre, por segunda vez en lo poco que nos conocíamos. Arrastró la única sílaba, con jugueteo y seducción y a mi se me puso la piel de gallina.
Sacudí los hombros y abrí la boca para reprochar, pero Steven se adelantó.
-Si, claro. Kyle me las dio. Max y yo pensábamos ir esta noche.- Me rodeó los hombros y me sonrió con aprobación. Daba por hecho que yo iría a ese local de moda. Suspiré y alcé las cejas.
-Por supuesto ¿Quién puede resistirse a una noche de alcohol y música tecno?
-Entonces nos vemos allí.- Dejó el periódico sobre la moto, me guiñó un ojo y se largó. Lo miré mientras se alejaba hacia los portones abiertos del taller sin darme cuenta de que Steve me miraba a mi.
Suspiré y me relajé cuando Don Perfecto se marchó definitivamente.
Mi mirada se cruzó con la de Steven. Aprecié por lo fuerte que apretaba los labios, que ese mamarracho estaba conteniendo la risa.
-Suéltalo ya.- Puse los ojos en blanco y di rienda suelta a las bromas de Steven.
-¿Es qué no te has dado cuenta, Maxy? Ese tío. Ese… Dios está que se muere por ti.- Ahora la que se reía era yo.
-No digas chorradas. Ese tipo de chico sólo se muere por una persona, y es él mismo. Los demás son indiferentes. A no ser que lleves un fajo de billetes en el bolsillo o seas una modelo con la cabeza hueca.- Encogí los hombros.
Steven estaba derrotado. Y con derrotado no me refería a cansado físicamente. Steve era capaz de resistir carros y carretas. Era yo quién chupaba su energía vital y agotaba su paciencia.
Llevaba ya algún tiempo buscándome novio y todos los tíos que me había presentado, siempre tenían algo que yo rechazaba. Incluso si el chico era realmente agradable o tan guapo como James.
Me las apañaba para convencer a Steven de que no era mi mejor opción. Tener una relación te obligaba a atarte –aunque fuese involuntariamente- a un tío y eso te priva de libertades. Es cierto que no todo era negativo. Estaba el sexo, por ejemplo.
-Lo que tú digas, Max. Pero yo que tú le echaba el lazo antes de que alguna otra se te adelante.- Regresó a sus quehaceres. Parecía resignado y a la vez enfadado conmigo. No había tenido muy buenas experiencias con los  hombres. Desde bien pequeña tuve que tragar como mi madre parecía iniciar una nueva relación y al cabo de una semana, la abandonaba como a un perro.
No. Definitivamente yo jamás me ataría a un hombre. Y mucho menos a uno que le da más importancia  al dinero que a lo que le rodea.
-Tengo que irme ya. Me gustaría ver a mi madre un rato antes de salir esta noche ¿Nos veremos luego?

-Iré a buscarte a eso de las diez. Ponte guapa.- Me sonrió con naturalidad y entonces surgió la pregunta que toda mujer se hace alguna vez en la vida; ¿qué me pondría esta noche?  

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