CAPÍTULO 3
La música retumbaba
dentro de mi pecho. Me invitaba a mover los hombros mientras que nos
desplazábamos por el interior del People
Center. El garito de moda, del cual todos hablaban. Un sitio caro, donde
solamente tenían acceso gente famosa, rica y guapa.
Steve solo tuvo que
enseñar las invitaciones para que el portero nos dejase entrar sin ninguna
dificultad.
¿Quién podía negarle la
entrada al guapo de Steve?
Le agarraba de la mano,
hipnotizada por el ritmo constante de Jennifer López y su Live it up.
Nos alejamos de la
multitud que bailaba dando saltos y se enroscaban los unos con los otros,
llegando -después de unos minutos- hasta la barra.
-¡Dos chupitos!- Me senté
sobre un taburete alto y metálico mientras que Steven me procuraba una buena
cogorza.
Sonreí y le miré con
picardía cuando me ofreció el vasito con el chupito de un color verde lima
intenso. Hacía juego con el jersey fino que vestía Steven esa noche y que le
quedaba tan bien.
-¿Tan pronto quieres
emborracharme?- Grité por encima de la música y el gentío, y aún así dudé de
que Steven me hubiese escuchado.
Mis dudas fueron resultas
cuando vi como asentía y luego sonreía.
-A ver si así consigues
relajarte y hacer algo bueno por la humanidad.
-¿Cómo qué?
-Tirarte a un guapo niño
rico, por ejemplo.
Me reí sin encontrarle
mucha lógica a su razonamiento de mi abstinencia temporal al sexo para la
coexistencia de la humanidad.
-¿Y eso en que beneficiaría
al mundo?
-Puede que al mundo no.
Pero tu cuerpo te lo agradecería si al día siguiente te levantases con un tío
desnudo en la cama y agujetas por todas partes.- Puse los ojos en blanco y
preferí beberme mi chupito a contestarle con alguna burrada verbal.
El líquido me abrasó
agradablemente la garganta y fue directamente a mi estómago. Menos mal que
había cenado en abundancia, sino, ya me habría caído de culo.
-Esta noche estás muy
sexy, ¿se puede saber a qué o a quién se debe?
Entrecerré los ojos aún
notando el dulzor del alcohol contra mis labios. Me encogí de hombros.
-Me apetecía sentirme
sexy.
Steven echó un último
vistazo a mis leggins de cuero negro, tan pegados a mis piernas que parecían
una segunda piel que estilizaban y marcaban. Asintió conforme y me colocó un
tirante de la blusa blanca que había escogido perfectamente para hacer de aquel
atuendo, uno de los más sexys –según la opinión de Steve- aunque por donde
pasases la mirada, encontrabas chicas mucho más “destapadas” que yo. Con vestidos
extra cortos y casi transparentes. Y caros. Muy caros.
Rara vez lo hacía, pero
esa noche me apeteció alisarme el pelo. Lo dejé suelto y laceo, como el de una
asiática. A penas me maquillé, sombreando tenuemente los párpados y dándole
brillo a mis labios únicamente con un gloss.
Lo que me mataban eran
aquellos tacones. Los botines que mi madre me había regalado hacía tan sólo un
mes por mi cumpleaños conjuntaban perfectamente con mi ropa –y acostumbrada al
zapato plano- pero me costaba bastante
andar con ellos sin tropezarme unas cuantas veces.
-Vamos a bailar.- Steve
me cogió de la mano y me guió de regreso junto a la marea de cuerpos que se
restregaban al ritmo de la música latina.
A mi me gustaba bailar, y
debía admitir que no se me daba nada mal.
Sonreí y cuando Steven
encontró un sitio aceptable donde poder movernos sin mucha dificultad, se giró
de cara a mi. Me agarró de una mano y me hizo girar, dando una vuelta.
Bailé con él. Era muy
fácil divertirse con Steven. Saltamos, gritamos y cantamos las canciones que el
DJ nos ponía para que la noche no acabase jamás.
Volví a girar y cuando me
di la vuelta, Steven ya no estaba conmigo. Le había perdido de vista. O cabía
la posibilidad de que –sin darme cuenta y demasiado extasiada con la
música- me hubiese alejado demasiado.
Me moví entre la gente y
busqué a Steven.
¿Cómo era posible que
perdiese de vista a un chico de metro ochenta de estatura?
Resultaba estúpido
llamarlo a gritos. El volumen de la música sobrepasaba todos los límites y no
estaba por la labor de dejarme la voz.
Caminé a base de
empujones, apartando a toda la gente posible que me obstaculizaba. Creí
vislumbrar su cabellera oscura cerca de la tarima donde se encontraba el DJ
pinchando sus nuevos temas.
Apresuré el paso para
alcanzarlo y darle una paliza por dejarme sola, pero me vi obligada a parar
antes de llegar hasta él. No estaba solo. Alguien sostenía su mano y deduje por
el color cobrizo de su pelo que se trataba de Kyle Steel. Se dirigían hacia la
parte trasera del escenario y yo me sentí azorada de seguirles, además, iban
bien escoltados por dos hombres grandes y trajeados de negro.
Suspiré y miré a mi
alrededor. Solamente veía cuerpos y más cuerpos sudorosos inmersos en danzas
conjuntas y en pareja.
Entonces, ¿qué hacía allí
yo sola?
Me sentía como una
gilipollas, allí de pie. Una desconocida más para toda aquella gente…
Si había ido a la
discoteca fue por Steven. Y parecía que él prefería la compañía masculina que
la mía.
No podía culparle. Ese
chico le gustaba y no sería yo quién le estropease la cita. Decidí regresar a
la barra a por mis cosas y regresar a casa. Steven estaba en buenas manos y yo
no le hacía falta. Mañana le obligaría a contármelo todo para compensarme por
el plantón.
-¿Por qué has parado de
bailar? Lo hacías muy bien.
Esbocé media sonrisa y me
giré lentamente. Levanté la mirada hacia James. Iba vestido con vaqueros
oscuros y camisa blanca. No se había engominado el pelo esta vez. Simplemente
lo llevaba algo húmedo y supuse que sería por el calor que hacía allí dentro.
Divino calor humano.
¿Habría estado bailando
él también?
Me dedicó una de sus
radiantes sonrisas.
Se inclinó hacia mi para
hablarme más de cerca, con la escusa de que no le oiría debido al volumen de la
música. Pero aún no había olvidado el amago de besarme la noche anterior en su
deportivo.
-¿Dónde está tu amigo?
-Lo ha secuestrado tu
hermano.- Señalé la parte trasera del escenario.
-Perfecto.
Alcé las cejas con
sorpresa cuando volví a mirarlo.
-¿Cómo?
Al darse cuenta de su
alarde, carraspeó con nerviosismo.
-Quiero decir que me
parece perfecto que tu amigo y mi hermano se lleven tan bien, ¿a ti no te
parece bien?
Sonreí con picardía. Se
esforzaba por parecer modesto, pero realmente había dicho lo que sentía. Se
alegraba de que me hubiese quedado sola.
-Claro.- Dije
simplemente.
-¿Te invito a una copa?
Negué con la cabeza y
arrugué la nariz.
-Ya me he tomado un par
de copas antes de venir aquí y algo me dice que esta noche me tocará conducir a
mi.
James sonrió.
-Entonces…
-¿Quieres bailar?- Le
ofrecí, interrumpiéndolo.
Ya estaba cogiéndole de
la mano antes de que pudiese contestar y guiándolo hacia el centro de la pista.
Por los altavoces
resonaba una de mis canciones favoritas de Sean Paul, Got 2 Love U.
Moví los hombros y los
brazos suavemente a medida que caminaba con James detrás. Le miré y sonreí. Él
no me quitaba los ojos de encima y eso –por una parte- me hacía sentir como una
diosa.
Solté su mano y comencé a
bailar por mi cuenta. Me giré de cara a James y le guiñé un ojo coqueta y divertida.
Le señalé con el índice y
luego le indiqué que se acercase. No lo dudó un instante y, sonriendo con algo
de timidez, se aproximó y yo le agarré de las manos.
-Baila conmigo y te
perdonaré lo de la moto.- Le grité a la vez que tiraba de su camisa para
terminar de acercarlo a mi. Debido a la proximidad, su nariz quedó aplastada
contra la mía. Me miró directamente a los ojos y yo observé los suyos. Rojo,
verde, amarillo, azul…
Los focos alternaban
entre varios colores y se reflejaban en sus iris grises. No dejaban de ser
hipnotizantes.
-¿Y ya no habrá más
enemistad entre los dos?- Agarró mis manos con suavidad, sintiendo su piel
contra la mía y las guió hasta colocarlas sobre su nuca. Mis dedos se enredaron
entre sus húmedos cabellos rubios, rozándole la piel del cuello.
Solté una carcajada y entrecerré los ojos.
-No te hagas tantas
ilusiones. Un simple baile no servirá para tanto.
Parecía decepcionado.
Hizo una mueca de disgusto, pero sentir mis manos deslizarse por sus hombros le
hizo sonreír. Agarró una de ellas y me hizo girar, sujetándome por la cintura.
Inclinó mi cuerpo hacia atrás y yo me agarré a su cuello ahogando un jadeo de
sorpresa. No me lo esperaba.
-¿Eso significa que
seguirás insultándome? ¿No cave la posibilidad de que nos llevemos mejor?-
Sonreí y negué con la cabeza.
Aunque mi mente me
acusaba de mentirosa.
¿Por qué tenía que estar
tan cerca de mi?
Me levantó. No estábamos
solos. Alguien se acercó. Un hombre alto, con traje de corbata gris a juego con
sus cabellos canos.
Puso una mano
educadamente sobre el hombro de James y le habló al oído. James asintió con
gesto divertido. Eso quería decir que no se trataba de nada grave. Posó una de
sus grandes manos sobre mi espalda con suavidad y se inclinó para susurrarme en
el oído.
-Ahora vengo.- Me dijo en
un tono suave. Como un ronroneo. Me estremecí.
¿Qué te pasa, Max? ¿El
niño rico te desarma?
Tragué saliva, con la
piel del cuello erizada. Allí donde su aliento me había tocado.
Asentí y finalmente
desapareció entre la masa de gente que seguía bailando. Suspiré y miré a mi
alrededor. Las luces se apagaron, incluso las de emergencia y la música paró de
golpe. La discoteca quedó sumida en el más absoluto silencio. Me zumbaban los
oídos y el único sonido audible era el de los jadeos de sorpresa de todos
aquellos a los que nos pillaron desprevenidos el apagón.
Por que, supuse que se
trataba de eso. De un apagón. Un fallo en el equipo de sonido o una sobrecarga
eléctrica.
La gente de entre el
público preguntaba, pero no recibían respuestas. Solamente los murmullos y
mascullaciones de gente moviéndose por el escenario.
¿Estaría James allí
subido?
Me quedé quieta, aunque
mi naturaleza me pedía moverme o gritar cualquier burrada por la ceguera
temporal. Había sido tal sorpresa que ni yo misma supe como reaccionar.
¿Había sido intencionado
o realmente se trataba de un apagón?
En el escenario
continuaban los murmullos de pasos apresurados, yendo de un lado a otro. Y, tan
rápido como se había ido la luz, regresó. Se encendió un solo foco que
iluminaba parcialmente el centro del escenario.
Igual que corderitos
guiados por un pastor, dirigimos la mirada al punto donde enfocaba la luz.
Había alguien, de pie,
frente al micro. La luz no era lo suficientemente potente como para reconocer
el rostro de la persona que mantenía la cabeza agachada, fuera del alcance del
foco.
Expectante, adelanté un
par de pasos en dirección a la tarima con el objetivo de adivinar por mi propia
cuenta cual era la identidad de la estatua viviente.
La música regresó a mis
oídos. Primero suavemente, como de la lejanía. El incesante timbre de los
platillos siendo delicadamente golpeados. Los acordes de un bajo que se unió y,
finalmente, el redoble de la batería.
La guitarra eléctrica
puso la guinda en el pastel y con su desgarrador cántico, todas las luces del
escenario estallaron en una orgía de colores.
El personaje frente al
micro levantó la cabeza y sus ojos rasgados miraron a su público. El cobrizo de
su cabello lo había teñido con mechones de un azul eléctrico y la indumentaria
gótica le embellecía mucho más.
¡Era Kyle!
Era el hermano de James
el que estaba sobre el escenario. Quien cogía el micro y comenzaba a cantar a
continuación.
Su voz se dispersó por
toda la discoteca, con fuerza y confianza, y es que, el Kyle de ahí arriba
había nacido indudablemente para brillar delante del público.
Las chicas lo aclamaban y
las más jóvenes se volvían locas.
Sonreí.
Ya estaba con mi cámara
en la mano, dispuesta a inmortalizar ese momento. Siempre llevaba la cámara
encima. Al igual que Steven los condones.
“Prefiero llevarlos y no
necesitarlos, que necesitarlos y no llevarlos.”
Esa era su filosofía y
servidora no haría mal en aprender un poco.
Apunté con el objetivo e
hice la primera foto. Una perfecta instantánea de Kyle con su grupo. Manos
alzadas y gritos mudos que se plasmarían en cada negativo. Hice otra. Y otra
más. Desde diferentes ángulos. A menos o más distancia.
Pero yo quería más.
Quería captar la sensación que transmitían desde mucho más cerca. Me colé entre
la gente y agradecí en ese momento ser tan menudita. No me fue difícil alcanzar
la primera fila –con diferencia- mejor
iluminada que el resto de la sala.
Levanté la mirada al
escenario y me sorprendió encontrar a un Kyle tan guapo de facciones asiáticas.
¿¿Era asiático y no me
había dado cuenta hasta ahora??
¿Cómo era posible que
James y Kyle fuesen hermanos?
Fuera como fuere, preparé
la cámara e hice la foto. Al darse cuenta, Kyle me miró, sin dejar de cantar, y
me sonrió. Me guiñó un ojo y yo lo interpreté a bien. Eso quería decir que no
le molestaba que le fotografiase. Preparé un disparo más pero el objetivo de la
cámara se tornó tan negro como el sobaco de un grillo. Me asusté. Pensé que de
tanto uso al final la cámara había expirado.
Pero comprobé que el
problema no era de la cámara, sino un gorila de dos metros de alto e hinchado
de tanto gimnasio y anabolizantes. Se había interpuesto entre Kyle y yo. De ahí
que lo hubiese visto todo negro.
-¿Tienes acreditación?-
Me preguntó con voz neutral. Parecía un robot…
-Eh…- Bajé la cámara.-
¿Se necesita acreditación para hacer un par de fotos?
-Si.
Asentí lentamente
mientras que mi cerebro buscaba una excusa con la que poder librarme sin
llevarme una impagable multa.
-¡Frank! Vale, tranquilo.
Ella está conmigo. Trabaja para mi.- Y, una vez más, aparecía James como un
caballero en su caballo blanco –o en su Ferrari rojo- para sacarme del apuro.
-¿Trabaja para ti?
James asintió y –con toda
la confianza del mundo- me rodeó los hombros con uno de sus brazos. Le miré de
reojo. Él sonreía y yo estaba a la defensiva.
-Si, claro. Ella es Max…-
Se quedó en blanco. Me miró y frunció ligeramente el ceño. Advertí por como me
miraba y como cerraba los dedos en torno a mi hombro que James desconocía mi
apellido. Me los estaba preguntando sin necesidad de palabras.
-Lane. Max Lane.
Fotógrafa.- Me presenté yo misma para salir del paso y salvarle el culo a
James.
Bonito culo, por cierto.
Estaba deseado revelar las fotos del carrete…
-He sido yo quién le ha
pedido a la señorita Lane que sacase unas cuantas fotos a Kyle para la revista
de la semana que viene. Tengo el consentimiento de Kyle, por supuesto.- Me
dedicó una mirada en conjunto con esa sonrisa que me desarmaba.
-¿Y la acreditación?
Todos llevan una. Sean periodistas o fotógrafos. Sin tarjeta no hay fotos.-
Incluso la voz de Frank pareció aún más neutra –si era posible- delante de
James.
Se me hizo un nudo en la
garganta que me costó tragar y que se quedó en la boca del estómago. Si me
requisaban las fotos, me pedirían una compensación por los derechos de imagen.
Me obligarían a pagar, pero yo no tenía dinero ni para pagarme el alquiler del
apartamento.
Me meterían en la cárcel.
¡James, ayúdame!
-Y la lleva. Enséñasela.-
Abrí los ojos con amplitud y miré a James con urgencia.
¿¿Estaba loco?? Quería
verme entre rejas y había estado fingiendo ser amable conmigo todo este tiempo.
-Yo… no…- Negué con la
cabeza y volví la mirada a Frank. El imponente guarda de seguridad. –No tengo
acreditación.
-Entonces tendré que
llevarme la cámara, señorita.- Hizo amago de quitármela, pero yo retrocedí y
apreté la cámara contra mi vientre.
-Espera, Frank. Deja que
yo me encargue. Seguramente habrá sigo culpa de los de Marketing. Hablaré con
ellos.- Sacó el móvil del bolsillo de sus vaqueros oscuros y marcó un número
mientras que me guiaba hacia el otro lado de la sala, lejos de Terminator y sus
acreditaciones.
Se llevó el móvil a la
oreja y en cuanto Frank nos perdió de vista, volvió a guardárselo en el
bolsillo.
-Era todo un farol. Lo de
Marketing.- Soltó una carcajada y
asintió.
-Frank es un buen tipo,
pero se toma demasiado en serio su trabajo.- Volvió la cabeza hacia la zona de
los reservados. -¿Lo ves? Ya se ha olvidado de nosotros. Estará entretenido
confiscando algún DNI, porros…
Hasta el momento no me
había dado cuenta de que el brazo de James seguía justo donde lo había puesto
antes; sobre mis hombros.
No me era desagradable,
aunque la gente podría pensar mal de nosotros…
-Oye, ¿sigue Steven
detrás del escenario?
-Si. Está esperando a que
acabe la actuación. Kyle quiere pasar la noche con él, ya sabes…
Me condujo lejos de la
pista de baile donde se aglomeraba la gente para ver de cerca al futuro icono
de la música juvenil.
Me senté sobre un cómodo
sillón de cuero blanco, lejos del bullicio y donde uno puede hablar, escuchando
la música de fondo. Agradecí un poco de tranquilidad.
James se sentó frente a
mi y me ofreció una copa de Champán. Di un sorbo y seguí contemplando a Kyle.
El escenario era suyo.
-No sabía que Kyle
cantase.- La verdad, es que no conocía de nada a Kyle. Por lo poco que me había
contado Steven sabía que era gey.
-Ni tú ni nadie. Hasta
hace un mes aproximadamente. No tenía ni idea de que quería ser cantante. Me lo
contó y pidió que yo fuese su representante. Pero me negué. No me dedico a eso.
Le miré con la copa fría
de Champán en la mano.
-¿A qué te dedicas
entonces?- Buen comienzo, Max.
Me sonrió y percibí
cierta emoción en sus ojos. Estábamos manteniendo una conversación sin insultos
de por medio –al menos por mi parte.
-Principalmente dirijo la
revista de la empresa. Organizo bolos y me aseguro de que la gente no se
aburre.
-Pues, felicidades.-
Sonreí y me mojé los labios con el líquido espumoso.
Señaló el techo, los
bafles, los focos, el escenario, la barra del bar…
-Todo esto lo he
preparado yo.- Asentí.
-Enhorabuena. Has hecho
un buen trabajo.
-El mérito no es mío.
Sino de la gente que viene y de la que está aquí, como tú.
Vaya. Un cumplido más y
me lanzaba a él como una pantera.
Me sonrojé y negué con la
cabeza.
-Si estoy aquí es porque
Steven me invitó. Amenazó a tu hermano con castigarle sin sexo si no me daba
una entrada a mi también.- Ambos reímos y por primera vez en mucho tiempo me
sentí como una chica más una noche de fiesta y en compañía de una chico guapo.
-Kyle y tú no sois
hermanos biológicos, ¿verdad?
James giró la cabeza y
miró detenidamente a su hermano en el escenario.
-Mis padres los adoptaron
cuando yo tenía unos nueve años. Él tenía seis. Vino de Japón. Se quedó
huérfano después de que sus padres muriesen en un accidente de avión. Para
entonces mi padre estaba en Tokio presentando un nuevo disco.- Volvió a
mirarme. Suspiré dejando caer los hombros.
-Yo no tengo hermanos. Mi
madre se quedó muy tocada después de que mi padre la dejase por una más joven
al poco de nacer yo. Lo curioso es que él siguió encargándose de mi.- Fruncí
ligeramente el ceño.
-Que no quisiese estar
con tu madre no significa que él no te quisiese a ti.
Me encogí de hombros y
suspiré con fuerza. Bebí de un trago lo que me quedaba de Champán y dejé la
copa sobre una mesita baja de motivos orientales que había entre James y yo.
-Ya, bueno ¿Sabes? No me apetece hablar de esto.- Agité una mano
y me recosté contra el respaldo del sofá. Me sonrió.
-Está bien. Tú mandas.
Pero, ¿qué me dices si te pido que trabajes para mi?
Parpadeé un par de veces
y me erguí sobre mi espalda. Fue como una descarga eléctrica que desprendieron
aquellas palabras que escaparon de entre sus labios.
-¿Qué?- Esperaba que
fuese real lo que estaba escuchando y no efectos del alcohol.
-Eres muy buena con la
cámara. Te desenvuelves muy bien y necesito a alguien como tú en mi equipo. Te
pagaría muy bien por las fotos.- Apoyé los codos contra mis rodillas y me
incliné hacia delante. Le miré fijamente.
Cuando había pasta de por
medio…
-¿De cuánto estaríamos
hablando?
-Unos mil dólares por
fotografía. Más o menos.
¡Dios! Mil dólares por
cada foto.
-¿M-mil…?- Tragué saliva.
Estaba que no cabía en mí de emoción. Asintió. –Entonces… si, por ejemplo, hago
cinco fotografías y tú decides comprarlas…
-Serían cinco mil
dólares. Aunque, claro… con la mitad tendrías que pagar al artista por los
derechos de imagen.
¿Y eso que más daba?
Serían dos mil quinientos dólares para mi sola. Única y exclusivamente para mi.
Sopesé la idea de verme
con dos mil quinientos dólares en el bolsillo. O incluso más… eso dependía del
número de fotos. Era demasiado bueno para ser cierto. Mi parte codiciosa –por
muy pequeña que fuese- gritaba de alegría, danzaba dentro de mi cabeza, me
golpeaba el cerebro y me empujaba a que dijese que si. Pero, por otra parte…
-Creo que no podré
aceptarlo.
Ambos guardamos silencio.
James no acababa de creerse que hubiese rechazado una oferta de trabajo. Una
oferta muy buena de trabajo.
-Espera, ¿estás diciendo
que no?
-Sé que pensarás que
estoy loca y, no te quito razón, pero…- Suspiré profundamente. –Ha sido así,
tan… de repente. Un puesto de trabajo en Steel Music. Mil dólares por cada
fotografía…
-¿Dónde está la pega?
Levanté la mirada a su
rostro y apoyé la barbilla en mis manos.
-Necesito pensarlo. Acabo
de empezar a trabajar en una bombonería y no me parecería correcto dejarlo el
primer día que comienzo.
-¿Prefieres mancharte las
manos de chocolate que hacer lo qué más te gusta?
Fue prepotente y brusco.
Incluso alzó la voz.
¿Se había ofendido? Vaya.
El niño rico se enfadaba si no obtenía lo que quería. Algo me decía que aquella
conversación no iba por buen camino.
-¿Sabes? Si, lo prefiero.
Por lo menos es un trabajo que me he buscado yo, por mi cuenta. No como tú, que
con chasquear los dedos lo tienes todo solucionado. Un hermano que canta y es
famoso, un papi con millones que te lo da todo y un puto Ferrari como nuevo.-
Me levanté de golpe. Apoyé las manos en la mesa y le miré más de cerca. Le
desafiaba. –No tienes ni idea de lo que me gusta en realidad. No sabes nada de
mi.- Me separé de la mesa y le dediqué una mirada poco agradable.
Más le valía mantener la
boca cerrada si no quería sufrir mi ira.
-¿Te vas?- Se levantó
también al ver que me iba directa hacia la salida, a base de empujones poco
delicados. –Espera, Max.- Me llamó a gritos, pero yo ya no le escuchaba.
¿Quién se creía que era
intentando someter mi vida, creyéndose con derecho a decidir sobre lo que me
gustaba o no?
Recogí mi mochila con la
funda de la cámara y la guardé dentro. Me la colgué al hombro y me giré. Pero
James ya estaba allí.
-Tienes un temperamento
muy fuerte, Max. Por favor, escúchame.
Negué con la cabeza y
bufé. Me crucé de brazos y vi como iba aproximándose cada vez más. Ignoraba mi
mal humor y parecía ser que mi pequeño espectáculo con la llave contra el capó
de su flamante cochazo no había sido suficiente para él.
Estiró los brazos y apoyó
las manos en la barra del bar. Entre esos brazos estaba yo, que di con la
espalda contra la misma barra. Descrucé mis brazos de delante de mi pecho y
cerré los puños con fuerza. Cada vez estaba más y más cerca. Finalmente,
consiguió su objetivo. Me acorraló contra su cuerpo y la barra de la discoteca.
-¿Qué haces? Quítate del
medio, imbécil.
Chasqueó la lengua y negó
con la cabeza. Se atrevió a sonreírme.
-Ya estamos con los
insultos.- Soltó y bajó la cabeza hasta que estuvo a la altura de la mía. Me
miró a los ojos y yo intenté resistirme, pero su “poder” era mucho más fuerte.
Influía en mi de una manera que no sabía como explicar. Me ponía nerviosa y a
la vez me gustaba que se acercase tanto…
No sé cuanto tiempo
estuvimos así, pero a mi me pareció una eternidad. Movió una de sus manos y con
los dedos rozó el contorno de mi mandíbula. El roce fue tan suave como una
caricia de terciopelo y a la vez eléctrica. La sangre corría sin control por
mis venas, coloreándome la cara y acelerándome el pulso.
-Piénsalo. La oferta
seguirá en pie.- Me susurró con dulzura y se apartó finalmente. Yo, volví a
respirar.
Abrí la boca e inhalé
aire que renovó el oxígeno de mis pulmones. Respiré por la nariz y el olor a
loción masculina seguía en el ambiente. El efluvio de James. Me mareó y a la
vez me envolvió en un cálido abrazo que nació desde lo más bajo de mi vientre.
¡Jesús, Max!
¡¡Contrólate!!
Agarré con fuerza mi
mochila con la cámara dentro y por fin despegué los pies del suelo.
Caminé a paso rápido
hacia la salida, abarrotada de gente que suplicaba por poder entrar. Miré hacia
atrás antes de empujar la puerta y salir al exterior. James había vuelto a
desaparecer y lo agradecía. Mi parte cordial. Mi “yo” loca y guerrera luchaba
para que volviese a entrar, buscase a James y…
La vibración del móvil me
sacó de mi ensoñamiento. Con dedos temblorosos, logré sacarlo de la mochila,
descolgar –sin mirar quién era- y
llevármelo a la oreja.
-¿Si?
-¿Max? Soy Bill. Perdón
por no ir ha buscarte anoche. Sé que estarás enfadada…
-No… no pasa nada, Bill.
Oye, ¿por qué no lo compensas viniendo a buscarme?
-¿Ahora?-
Hubo una pausa. Asentí
caminando a lo largo de la calle y alejándome de las luces de neón del People Center.
-Si. Estoy en el People Center. Me han invitado a una
fiesta, pero se me ha hecho tarde. Steven ha traído el coche pero… bueno,
¿vienes?- No tenía porque darle más explicaciones sobre la vida de Steve. A
Bill no le importaba con quién estaba o con quién no.
-Vale. Tardaré unos diez
minutos. Espérame en la puerta.
-No.-Le corté
apresurada.- Te espero en los aparcamientos. La entrada está llena de gente y
los porteros pensarán que intento colarme.
-Está bien. Pues espérame
en los aparcamientos.
-Gracias, Bill.- Colgué.
Me guardé el móvil en la
mochila y de nuevo emprendí la marcha hacia los aparcamientos, tal y como había
acordado con Bill.
Esperé cerca de un Volvo
plateado, abrillantado y con aspecto de caro. Y, a unos cuantos aparcamientos
más allá –tan brillante como un diamante- estaba el Ferrari de James.
Estaban llamando a la
puerta con bastante insistencia. Tenía el sueño tan profundo que, cuando
desperté de golpe, me desorienté. Tuve que tomarme mi tiempo para desperezarme
y recordar donde me encontraba.
La suave luz que se
colaba por las rendijas de las persianas iluminaba la habitación con un claro
halo azul de la mañana. Era hermoso, pero nada comparado con sus ojos…
Había soñado con ellos.
Con sus manos, sus dedos…
No recordaba nada más,
entonces… ¿por qué sentía ese calor interno?
Me sobresalté al escuchar
de nuevo como aporreaban la puerta. Salí de la cama con un bufido y fui para
ver de quién se trataba, murmurando maldiciones por lo bajo.
Debía de tratarse del
señor Franklin, mi casero, que venía a por el dinero retrasado del alquiler y
que aún no le había pagado.
El señor Franklin era un
verdadero capullo que me vigilaba día y noche, buscando el momento apropiado para
arrinconarme y presionarme hasta que le soltase la pasta.
No conocía la piedad y lo
único que le importaba era el dinero para gastarlo en mariguana y porno.
Lo más lógico sería
denunciarlo, pero, claro, eso también pondría en peligro mi permanencia en el
edificio.
Llamaron de nuevo.
-¡Si, si! Ya voy. Si
viene a por el dinero, Sr. Franklin, le prometo que lo tendré para el sábado.-
Abrí de golpe, esperando encontrarme con la cara de pocos amigos de mi casero.
Pero, en vez de eso, me encontré con James.
Sostenía una rosa rosada
en la mano. Me sonrió y yo quedé perpleja.
-Por fin. Estaba a punto
de marcharme.- Parpadeé y lo miré con detenimiento.
¿A caso se trataba de un
sueño?
-¿Tú? ¿Qué haces aquí?
Primero apareces en el taller de Steven, ahora te presentas en mi propio
apartamento ¿Seguro qué no es acoso?
-He venido a disculparme.
Ayer me comporté como un capullo contigo y…- Miró la rosa y con una sonrisa dulce, me la entregó. –Lo
siento.
Eso era nuevo. En mi vida
había tenido la oportunidad de salir con chicos –no muchos- y todas esas
escasas relaciones siempre habían acabado mal. Pero nunca antes –y mucho menos
alguien que ni si quiera era mi novio- me habían regalado flores.
Cogí la rosa con timidez
y rocé los pétalos de la rosa con la nariz. Sonreí ante el agradable perfume
que desprendía y miré a James.
-¿Quién es ese chico tan
guapo? ¿Es tu novio? ¡Por fin! Ya era hora, Max. Hola, yo sor Rose, la vecina.
Si necesitáis algo…- Asentí y puse los ojos en blanco.
-Gracias, Rose. Estamos
bien, ¿por qué no vuelve a casa y se asegura de que su nieto no le está
quemando la cola al gato?- Agarré a James por el brazo y le hice pasar a casa.
-Un place, señora.- Se
despidió James antes de entrar en el apartamento y cerrar la puerta. –Muy
simpática.
-Si. Y cotilla. Pasa más
tiempo en el rellano que en su casa.- Suspiré y me fijé en lo desordenado que
estaba todo. Luego lo recogería. No creía que le importase un poco de ropa por
aquí y por allá. –No has venido solo a pedirme perdón, ¿verdad?- James parecía
distraído, mirando un lado a otro del apartamento. – Está algo sucio.- Apremié.
-A mi me gusta. Es muy…
normal.- Sonrió.
Se me hacía raro tenerle
en casa, recordando que la última vez me negué a que subiese después de hacerme
el favor de traerme en su coche.
-¿Qué quieres?
Se sentó sobre el
reposabrazos de uno de los viejos sofás de mi madre y me miró directamente.
-Quiero proponerte algo.
-Si vas ha ofrecerme que
trabaje para ti de nuevo… sigo pensando que necesito un poco más de tiempo para
decidirme…
Negó con la cabeza y
cruzó los brazos contra el pecho. Me dedicó una mirada calculadora, como si
esperase alguna reacción por mi parte. Y era todo lo contrario.
-No es nada relacionado
con el trabajo.
Bravo por mi.
Siempre había tenido la
mala costumbre de adelantarme a los acontecimientos. James pensaría que era una
sabionda entrometida.
¿Sería por eso que todos
los tíos me dejaban? Quizás estaba descubriendo defectos en mi de los que antes
no me había dado cuenta.
-Perdona.- Me disculpé
con algo de timidez. Él sonrió.
-¿Qué te parece si me
vengo a vivir aquí?
Al principio pensé que se
trataba de alguna de sus bromas. James poseía una mente muy compleja. Me
costaba mucho adivinar que pensaba o cual sería su próximo movimiento.
Pero su seriedad extrema
y el silencio rotundo –sin olvidarnos de la siempre persistente tensión que se
mascaba entre los dos- supe que no bromeaba.
-¿C-cómo? ¿Aquí? ¿Quieres
vivir aquí? ¿C-conmigo?- Tartamudeé sin poder evitarlo. James soltó una
risotada y asintió con energía.
-Ese es el plan. Podría
ayudarte con las deudas y, a cambio, solo pido una cama donde dormir.
-Espera… ¿cómo sabes lo
de mis deudas? Ah, claro. El señor Franklin. Él de lo dijo, ¿verdad?
-Pregunté por tu piso y
el te denominó como “la morosa”.
Fruncí el ceño.
-Qué cabrón…- Murmuré.
-Esa boca.
James me regañó y yo,
como una niña pequeña, me crucé de brazos y guardé silencio. Reprimí las ganas
de salir del apartamento y enseñarle al señor Franklin mi parte asesina.
-¿Aceptas?
Me lo pensé. Le miré y
recorrí su rostro con mis ojos. Por unos segundos me quedé embobada con la
forma de su boca. Sonreía y aquella sonrisa le marcaba los pómulos con finas
vetas que se alargaban junto a la comisura de sus labios.
Desvié la mirada. Si la
tensión entre ambos podía mascarse al principio, ahora era capaz de saborearla.
Un sabor dulzón y picante al mismo tiempo. Disimulé y miré el reloj que colgaba
en la pared, sobre mi vieja tele. Ahogué un grito y con un respingo dejé la
rosa que James me había regalado sobre el sofá.
-¡Mierda!- No fui la
única que se sobresaltó. James despegó el culo del reposabrazos del sofá y me
miró con gesto interrogante.
-¿Qué te pasa?
-Llego tarde. Es mi
tercer día en la bombonería y a mi jefa no le gustan los retrasos.- Dije de
carrerilla y casi sin aliento. Mi prioridad era vestirme en menos de diez
minutos sin tropiezos y sin obstáculos.
Me moví como un bólido
sin control por todo el apartamento buscando la ropa que ponerme.
-¿Me pasas el sujetador
que está detrás de ti? En el sofá, gracias.- James se giró. Lo cogió, lo miró
un instante y, con una sonrisa perspicaz, me lo entregó. Lo agarré mientras que
con la otra mano sujetaba mis vaqueros y las deportivas.
-¿Qué te hace tanta
gracia?- Sonreí a su vez y caí en la cuenta de que ambos sosteníamos el sujetador.
Puse los ojos en blanco y apurada entré en el baño cerrando la puerta a mis
espaldas.
Fuera, escuchaba los
pasos de James yendo de un lado a otro.
-Ni se te ocurra
fisgonear entre mis cajones.- Le advertí desde el baño mientras me ajustaba los
tirantes del sujetador sobre los hombros.
-Jamás se me ocurriría
hurgar entre los cajones de alguien más fuerte que yo.
Mientras me terminaba de
atar las deportivas, me di cuenta de que no había cogido nada que ponerme en la
parte de arriba.
¡Malditas prisas!
Salí del baño sin opción.
Terminaba de abotonarme
el vaquero cuando levanté la vista y descubrí a James echándole un ojo a mi
habitación.
-¿Ves algo qué te guste?
No se sobresaltó.
Simplemente se hizo a un lado y permitió que entrase en mi cuarto.
-Perdona. No he podido
resistirme. No pareces una chica que le guste lo extravagante. Lo digo por los
cojines multicolor y las cortinas tan llamativas…
-Las apariencias engañan.
Al final me decanté por
la primera camiseta que encontré. Una de tirantes, singular y de color rosa
chillón.
Cuando las prisas
apremian…
-¿Sólo hay… una cama?
-¿Cuántas quieres que
tenga? Vivo sola.- Me peiné el pelo y lo recogí rápidamente en un moño que
sujeté con un par de palillos chinos. Algunos mechones quedaron sueltos
haciéndome cosquillas en el cuello y la nuca.
Salí sin darle más
importancia a mi cuarto y la conversación.
Señalé el sofá situado
frente a la vieja televisión.
-Creo que ese sofá es una
cama. Pero no estoy segura. Nunca se me ha ocurrido abrirlo.- Me guardé las
llaves de casa, el móvil y la cartera en el bolsillo del vaquero. Llevaba todo
cuanto necesitaba, así que, salí del apartamento.
-¿Yo dormiré en el sofá?
Me di la vuelta y le miré
después de que cerrase la puerta.
-Aún no he dicho que si a
lo de compartir apartamento.
-Pero tampoco has dicho
que no.- Sonrió triunfal y a mi me dieron ganas de sacudirlo.
Volví a darle la espalda
y bajé las escaleras hacia el portal.
-No lo tengo claro.-
Sentencié y esperaba, por su propio bien, que desistiese en el temita.
-¿Qué más tienes que
pensar? Te ayudaré con el alquiler y tú a mi a independizarme. Ambos salimos
ganando.- Bajé el último escalón antes de atravesar el portal. Me giré e nuevo
a sabiendas de que James insistía una y otra vez.
-Un poco mayor para
pensar en independizarte, ¿no? A propósito, ¿cuántos años tienes?
Se situó un escalón por
encima de mi y sonrió.
-Veinticinco.
-Lo suponía. Demasiado
mayor.- Asentí.
Salí definitivamente del
portal.
Le eché una rápida mirada
a la calle y suspiré. Eran cerca de las nueve de la mañana y ya apretaba el
calor.
Rebusqué en el bolsillo
de mi pantalón en busca de la desdichada cartera. Monedillas sueltas, pelusa y
un ticket de aparcamiento gastado. Ni si quiera tenía para el transporte, ¿cómo
tenía pensado pagarle a Steve el arreglo de la moto?
-¿Algún problema?
-No. Ninguno.- Sonreí
falsamente y le ofrecí mi mano a James que estrechó no muy convencido de mi
rápida e insegura respuesta. -Ha sido un verdadero placer volver a verte,
James. Gracias por la fiesta de anoche, la rosa, muchas felicidades a Kyle y,
por favor, si ves a Steven por ahí, ¿le podrías decir que venga a buscarme? Yo
le llamaría pero quizás estropee su indudable resaca.- James sacudía su mano
con la mía en una despedida que parecía no llegar nunca.
-Eres increíble.
-Gracias. Es algo
genético. Por mi madre.
-Venga. Te llevo.
No era mi intención,
pero, ¡qué caray! Él tenía coche. Su flamante y traicionero Ferrari rojo.
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